Terminó el año escolar y con dicho término llegan las evaluaciones en materia académica. Seguramente, los resultados de la PSU que se conocerán en los próximos días, aportarán un dato más a la discusión, respecto de lo que entendemos por calidad; pero poco se habla de los otros indicadores, aquellos que tienen que ver con el desarrollo de las habilidades blandas de los alumnos, con las posibilidades que les brindamos para explotar talentos menos convencionales o para proyectarse justamente en aquellas carreras que marcarán pauta en las décadas venideras.
Desde el Ministerio de Educación se esfuerzan por llevar a cabo la correcta aplicación de una ley de admisión escolar que ellos no diseñaron y a que juzgar por la declarado en la campaña presidencial tampoco comparten; pero ahí están, promoviendo el método y replicando en regiones la política gubernamental que emana desde la capital, sin atender las particularidades de zonas como la nuestra, donde las tradiciones juegan un papel importante o la condición de aislamiento posee una incidencia difícil de soslayar.
Ahora, más allá de esta ley en particular, que posee múltiples lecturas y que puede ser discutible; lo que nos debiera inquietar es la rigidez del currículum escolar, que sigue midiendo más menos lo mismo de siempre, y no así el aprendizaje por competencias, el trabajo en grupo de manera diferenciada o la estimulación de habilidades artísticas, deportivas o científicas.
Hoy tenemos en el aula a una generación de escolares distinta a la de antes, con muchísimo mayor acceso a la información y al conocimiento, donde el método tradicional de enseñanza ya no resulta atractivo para niños y jóvenes hiperconectados y con niveles de ansiedad diametralmente opuestos a los alumnos de las generaciones pasadas; y donde factores como la escasa tolerancia a la frustración aparecen con mayor frecuencia y resulta ser un tema tanto o más importante que las notas de Lenguaje y Matemáticas.
Hay un enorme desafío en la educación de nuestros niños, que todos debiéramos atender; desde lo gubernamental hasta lo particular que nos compete a cada uno de nosotros, pero necesariamente pasando por lo que se pueda hacer en el aula, de la mano de profesores, especialistas y los propios padres y apoderados, que deben comprender que se está formando a una generación que tendrá que trabajar en un mundo distinto, con habilidades y conocimientos específicos, para dar respuesta a demandas tan variadas y cambiantes, que lo que más requerirán, serán justamente esa capacidad de trabajo en equipo y de espíritu de superación, que hoy tan poco se ve o se premia en el aula.