Dentro de un acontecer cotidiano, donde por lo general predominan hechos negativos, que defraudan, desmoralizan y deprimen, surge -como un bálsamo de energías positivas, de recuperación de la fe en un mundo mejor, de ansias de imitar los ejemplos de generosidad-, aquella impresionante y conmovedora lección de amor solidario con el prójimo, que -al morir- dio recientemente la pequeña de 12 años Francisca Barrientos Cadagán, residente en Villa Santa Lucía, en la Comuna de Chaitén, Provincia de Palena.
La niña, que padecía de una malformación arteriovenosa, que acabó con su existencia, -según lo revela su madre-, había reiterado su deseo de que, al morir, diesen sus órganos a quien lo necesitase. Como increíblemente aconteció, siendo favorecidos cinco pacientes, uno de ellos de 8 años, en medio de la felicidad, esperanza e infinita gratitud de sus familiares, además de la admiración de sus compatriotas.
Fue la más noble, valerosa y convincente demostración de grandeza humana. Una prueba fehaciente de que un mundo insensible, egoísta e indiferente puede cambiar, si nos queremos, respetamos y ayudamos los unos a los otros, sobre todo en las más difíciles y dramáticas circunstancias. Lo que muy bien tenía asimilado la inolvidable niña Francisca, que, pese a su enfermedad, era una luz de optimismo donde estuviese. Además de no dejar de manifestar su voluntad de donar partes de su organismo, porque estaba plenamente consciente de que a través de su gesto podría dar vida a otros. Autoridades de Salud y organizaciones a cargo reconocen tan extraordinario gesto humanitario y anhelan que sea el gran ejemplo que estimule a la donación de órganos en Chile. Donde, no obstante los adelantos tecnológicos e iniciativas en el medio público y privado, ha disminuido esa caritativa disposición ciudadana. Mientras una enorme lista de pacientes espera por el soñado trasplante.
Francisquita, al morir, permitió la vida de otros y, de seguro, encendió una gran llama humanitaria.