La crisis política que se vive en Bolivia significó la renuncia del Presidente Evo Morales. Para entender qué es lo que sucedió hay que conocer algunos antecedentes. Morales, fue el primer indígena en llegar al Palacio Quemado, llegó al poder en 2006, alcanzando a estar 13 años en él.
Su ascenso -y desde el punto de vista local- fue considerado como una forma de corregir un sistema político que se había caracterizado por la corrupción y por la segregación de la población mayoritariamente indígena que existe en Bolivia. A partir de lo que fueron sus distintos gobiernos, Morales realizó una serie de medidas que le significaron un alto apoyo popular, tal como la concreción de una Constitución hecha a partir de una Asamblea Constitucional, la demanda a Chile ante la Corte Internacional de Justicia, y la implementación de una serie de derechos sociales que hicieron que Bolivia destacara en la región, entre otras medidas. En ese escenario, logró bajar la pobreza en más de un 50% y obtuvo indicadores macroeconómicos que le hicieron destacar en una región fuertemente golpeada por las crisis.
No obstante, y a pesar de esto y desde el comienzo de su gestión, Morales tuvo una importante oposición, la que no pudo encauzar de forma democrática, obligándose a adoptar medidas que condicionaron con los años su legitimidad, tal como fue la invisibilización material de la oposición a la hora de cuestionar los resultados de la Asamblea Constituyente y la conversión a oficialistas de instituciones que legalmente se reconocían como autónomas.
Así, y ante un complejo escenario político, Morales sometió en 2016 -y a la voluntad popular- su intención de modificar el artículo 169 de la Constitución y por el cual se limitaba la reelección a un período. Al respecto, y por amplia mayoría, la ciudadanía le dijo que No a su ambición. Morales, no conforme con la respuesta que el pueblo le brindó, llevó la consulta al Tribunal Constitucional Plurinacional logrando con ello no sólo la aprobación para inscribirse en las elecciones presidenciales de octubre de 2019 sino también la condena de su futuro político. Llegado el tiempo de la elección, el triunfo de Morales fue cuestionado no sólo por la oposición sino también por la OEA, lo que potenció la protesta social y la deslegitimación del Mandatario. Ante esto, y en función que el Ejército no apoyó la idea de Morales de repetir las elecciones, renunció señalando que él había sido víctima de un Golpe de Estado de carácter cívico, político y militar, y que la dimisión la hizo para evitar que la violencia continúe.
El pueblo unido, ¿avanza sin partidos?
Una de las características principales de la revuelta social en curso es su carácter no partidario y en gran medida espontáneo. Es un movimiento que se identifica con distintos estamentos de la sociedad civil y se distancia categóricamente de las organizaciones políticas, con su consigna "El pueblo, unido, avanza sin partidos".
No podría ser de otra manera en momentos en que todas las instituciones y organizaciones políticas, partiendo por el gobierno y el parlamento, se encuentran en su momento de mayor desprestigio. Sólo un 13 % apoya la gestión del Presidente Piñera, según la encuesta Cadem. Y, peor aún, las expectativas con respecto a quien lo sucederá en el cargo también caen en picada. TODOS los aspirantes presidenciales disminuyen su apoyo, según la misma encuesta. Un 57% no tiene candidato y un 66 % no sabe quién será el próximo primer mandatario. Esta situación de anomia total, destacada como meritoria por distintos analistas, pone por cierto de relieve el papel de la sociedad civil, pero no deja de tener aspectos inquietantes. Porque si los actores políticos no entregan respuestas convincentes a la crisis -y hasta ahora no las han entregado- se puede crear una situación de vacío de poder altamente riesgosa. Como lo demuestra la historia reciente hasta la saciedad, siempre hay alguien que llena estos vacíos. Y no son precisamente los movimientos sociales. Si la crisis se prolonga, se podrían abrir paso soluciones populistas insospechadas o incluso podría darse lo que algunos análisis definen como "salida autoritaria" (ominoso eufemismo chileno para referirse a dictadura).
Normalmente, un momento electoral sirve para que se desarrollen y aglutinen nuevas opciones políticas que ofrezcan soluciones realistas. Lamentablemente, las próximas elecciones tendrán lugar en un año más y es probable que sea demasiado tarde para lograr esa función catalizadora.
De ahí la necesidad de generar una alternativa que sólo puede partir desde la clase política, por muy desprestigiada que esté. Un llamado a plebiscito en torno a una Asamblea Constituyente e incluso un eventual adelantamiento de las elecciones para todos los estamentos políticos podría abrir las puertas a una solución a la profunda crisis que atraviesa nuestra sociedad.
Jorge Gillies.