El tercer domingo de Adviento es conocido como el domingo del "alégrense" (gaudete), porque estamos invitados a vivir en una alegría profunda, inspirada por la inminente venida de Cristo. Ya el profeta Isaías nos llama a recocijarnos, a no desalentarnos, invitando al júbilo a toda la creación: "¡Regocíjense el desierto y la tierra reseca (...), digan a los que están desalentados: "Sean fuertes, no teman: ¡ahí está su Dios! Llega la venganza, la represalia de Dios: Él mismo viene a salvarlos" " (Is 35, 1.4). En la espera de su venida somos invitados a vivir en la alegría, a pesar de las dificultades. En este sentido, dice el Apóstol Santiago: "Tengan paciencia y anímense, porque la venida del Señor está próxima. Hermanos, no se quejen los unos de los otros, para no ser condenados. Miren que el juez está a la puerta" (Sant 5, 8-9). El único que puede colmar nuestro corazón de la alegría verdadera es Jesús, que viene para salvarnos. Jesús nos salva, nos promete un mundo futuro y en nuestro camino nos fortalece y nos anima.
En algunos días más estaremos celebrando la Navidad, el nacimiento de Jesús. Esto implica prepararnos. Pero lo más importante es preparar nuestro corazón para recibirle. Nuestra tentación es dedicarnos más a prepararnos en un sentido material, olvidando que la Navidad en su esencia sólo tiene sentido si a Jesús lo acogemos en nuestra propia vida.
Es aquí que nos resulta útil escuchar el Evangelio de este día, donde Jesús responde a Juan Bautista, a través de dos de los discípulos del mismo: "Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres" (Mt 11, 4-5). Se trata de la credibilidad de Jesús, pues Él se manifiesta como el verdadero y definitivo Mesías.
Junto con acogerlo, pidámosle que nos haga capaces de transmitir su mensaje y sus valores, de modo que nuestras familias, nuestro país, logre vivir de acuerdo a su voluntad, procurando que los principios y valores que emanan del Evangelio los promovamos y vivamos plenamente, sin acomodarnos a corrientes que sólo buscan apartarnos de Él y de la vida verdadera.