Dentro de una semana, el 4 de abril, se cumplirán 28 años de la visita que el Papa Juan Pablo II -hoy venerable santo de los altares- realizase a Puerto Montt aquel memorable día.
Ha sido, sin duda, el acontecimiento más importante en la vida puertomontina y de la región. La más espiritual y significativa visita que se haya tenido. El sucesor de Cristo y de Pedro había estado, por algunas horas, entre nosotros los sureños en aquella esplendorosa jornada, en la que navegó por la calma bahía, -admirado del paisaje-, mientras le acompañaban los pescadores porteños, y luego recorrió en el papamóvil la extensa costanera atiborrada de una multitud que lo aclamaba sin cesar. Y que al presidir la santa eucaristía, junto al mar, recordó la evangelización americana y bendijo, emocionado, a la muchedumbre que por horas estuvo junto a él.
Se cumplirá también otro año sin que se haya construido en Puerto Montt el monolito con su augusta figura, para que desde la ribera donde celebró la santa misa emerja como un faro luminoso, que identifique la imperecedera gratitud puertomontina hacia San Juan Pablo II, por su histórica venida, generoso cariño y, sobre todo, por haber devuelto la paz entre Chile y Argentina, evitando las atrocidades salvajes de una guerra.
La iniciativa de su efigie ha estado. Pero ha faltado la decisión realizadora final.
En todo caso, el museo local lleva el nombre del pontífice, así como también algunas calles y entidades. Pero el testimonio más importante y elocuente -su monumento- no se ha concretado.
Es de esperar que el venidero sábado 4 de abril, los puertomontinos rindamos un homenaje -como se merece- a la memoria de San Juan Pablo II. Y sea, también, la oportunidad para comprometer oficialmente la determinación de perpetuar su recuerdo a través de una imponente estatua con su augusta y santificada figura.
En tiempos en que la espiritualidad se ve cada vez más amenazada por un desmedido materialismo, convicciones desechables, culto al dinero y alarmante deshumanización, recordar -agradecidos- a grandes y ejemplares personajes universales, como el Papa amigo y mensajero de la paz, engrandece.