El más popular de los deportes, en el plano global, -el fútbol-, ha cobrado toda esa impresionante relevancia, -como entretención que sanamente cautiva, apasiona y desestreza de la rutina cotidiana-, en la presente Copa América, que está por culminar en los Estados Unidos y en cuya final tenemos ya como protagonistas ni más ni menos que a Chile y Argentina, el domingo venidero.
Las modernas tecnologías televisivas y comunicacionales en boga traen, en la práctica, estos extraordinarios campeonatos a nuestras casas mismas. Lo que significa -cómodamente y en familia- comprometerse con el mayor entusiasmo con la campaña que allí despliegue el representativo nacional, que, como lo ha hecho La Roja, es sinónimo de triunfos y vibrantes actuaciones. Logros que hacen ilusionarse con un nuevo cetro americano. El bicampeonato. Posibilidad que se mantiene intacta, tras la copa americana conquistada por Chile en casa hace un año.
Debemos reconocer que estas grandes justas deportivas continentales obran el milagro -en un planeta violento, agresivo, egoísta y proclive a las divisiones- de unir, aunque sea por algunas semanas, a los países protagonistas en una leal y fraterna competición futbolística. Donde también conviven y sociabilizan los aficionados de los distintos países que siguen y alientan a sus selecciones. En un intercambio de amistosa buena voluntad y consideración, que, a menudo, abre y consolida lazos de concordia perdurables.
Nuestro país ha conseguido conformar un plantel de notable potencial y jerarquía, con jugadores que se conocen desde la infancia, de gran roce internacional y, sobre todo, dotados de admirable garra, valor y amor a la tricota defendida y a la enseña nacional. Devoción y mística, que se hace notar desde que entonan el himno patrio y en cada una de las jugadas que luego ejecutan sobre la palestra, con la singular maestría y profesionalismo de sus vocaciones de deportistas de elite.
Llegando a la gran finalísima de la Copa América 2016, la Roja de Chile ha cumplido, sin duda. Pero, para estos muchachos, ya acostumbrados a hacer realidad los sueños -con sacrificio y entrega- el bicampeonato parece no ser imposible. Que así sea.