Algunos políticos, tanto del oficialismo como de la oposición, rechazan cualquier atisbo de cuestionamiento. Pese a que tal hecho es cada vez más frecuente, no por ello deja de ser insólito.
Los políticos son hombres públicos. Por lo tanto, están expuestos (por su propia naturaleza) a ser escrutados por sus conciudadanos. Es el peaje que tienen que pagar para dar satisfacción a sus ansias de poder. Quien se sube de manera voluntaria -y, además, gustosamente- al banquillo de la plaza queda expuesto al juicio de los transeúntes. Es el costo inherente que conlleva el afán de tener un papel protagónico en la vida pública.
En efecto, el que quiere tener un rol político queda expuesto al juicio público. Pero los políticos no quieren aceptar las consecuencias de esta sencilla y elemental premisa de la vida política republicana. ¿Por qué? ¿Cuál es la raíz del problema?
El problema radica, en mi opinión, en el hecho de que los políticos se arrogan privilegios que son incompatibles con el orden republicano. Si ellos esperan ser tratados con pleitesía, están equivocados. Eso corresponde a una monarquía o a una dictadura (de izquierda o derecha), pero no a una democracia liberal.
En los regímenes políticos democráticos, nadie está obligado a hacer carrera política. El que quiere asumir algún tipo de responsabilidad pública o algún liderazgo político, lo asume libremente. El "derecho" a influir sobre los demás, a mandar a los demás, a estar por sobre los demás, tiene sus costos en una república. Uno de esos es estar expuesto a las críticas, a los cuestionamientos y a las interpelaciones.
Ellas no son dañinas. Por el contrario, contribuyen a garantizar la buena salud de la república. La república muere cuando se extingue la esfera pública. La unanimidad en una república es sospechosa y la lealtad incondicional al líder es nociva.
Quizás nuestros políticos carecen de espíritu republicano. Quizás tras sus fachadas dormita un dictador en potencia, un inquisidor camuflado o un dogmático intolerante. O, quizás, se trata simplemente de sujetos infestados de inseguridades y miedos inconfesables.
Pero no todos son así. De hecho, los políticos susceptibles a las críticas o alérgicos a los cuestionamientos "son pocos, pero son", como diría el poeta César Vallejo. El problema estriba, ahora, en que su número va en aumento.
Universidad Central de Chile.
Luis R. Oro Tapia. Docente Escuela de Ciencia Política