Para el porteño de tomo y lomo, de estirpe y corazón, todo lo que le pase a su puerto siempre le afectará y causará preocupación. Sobre todo, si la situación es negativa, como la depresión que el recinto está enfrentando desde hace algún tiempo, en cuanto a la disminución de transferencia de carga, básicamente. Lo que ha hecho crisis a través de las protestas de los trabajadores portuarios, que son directamente perjudicados por semejante inercia y lento e inseguro caminar.
Esta realidad tiene sus causas. Entre ellas, en primer lugar, la competitividad que significa el eficiente funcionamiento del puerto de Chincuy, al sur de la isla Tenglo; las inveteradas limitaciones que tiene el céntrico terminal portuario local, que no se han superado, como las de calado para grandes naves, entre otras carencias que ameritan optimización. Incluso, para atender con alta eficacia -no bajo una carpa- a los pasajeros de los mega cruceros de temporada.
Históricamente, el puerto ha sido la viga maestra del progreso de Puerto Montt. Y en el presente, aunque hay otras alternativas generadoras de recursos económicos, como la salmonicultura, el turismo y otros servicios, continúa en un sitial predominante. Por trayectoria, estratégica ubicación, competencia humana y profesional. Sin embargo, no obstantes los esfuerzos de superación de Empormontt, la dinámica del terminal portuario no llega prosperar. Requiere mejoramientos de fondo, particularmente en capacidad estructural, en cuanto a molos y profundidad en el canalizo de atraque naviero, conjuntamente con un mayor respaldo al desarrollo de nuevas conexiones de negocios y estrategias de despegue.
Es imperioso y urgente, diseñar un Plan Maestro que le otorgue un definitivo impulso de recuperación y desarrollo al puerto de Puerto Montt. Y para lo cual es prioritaria la unidad institucional y humana de todos. Sin egoísmos, generosamente. Sólo pensando en devolver a la ciudad puerto su razón de ser: su corazón portuario. Que, además, es su identidad vital a los ojos del mundo.