Todo lo que -concretamente- se haga por valorizar ese inmenso tesoro arqueológico puertomontino que es Monte Verde, -cuyas reliquias revelan que la cuna de la civilización más antigua americana se encuentra aquí en Puerto Montt-, merece especial reconocimiento y el más decidido respaldo de todos. Como son las gestiones que actualmente realiza el municipio local ante la Unesco, para que ese simpar descubrimiento de talla global sea declarado Patrimonio de la Humanidad.
Sin embargo, cuesta entender y aceptar que hayan pasado 40 años desde aquel hallazgo en 1977, sin que se haya logrado validar ese rango internacional, como tampoco hacer realidad el museo de conservación de tan inapreciables piezas prehistóricas, ni la recreación (museo de sitio) de esos primigenios asentamientos humanos de América a unos cuantos kilómetros de nuestra ciudad. Sólo planes y promesas. Nada tangible. Y muy a pesar de la frustración, frente a tamaña desidia, de su magno artífice y descubridor: Tom Dillehay, hoy ciudadano chileno-estadounidense.
Es oportuno considerar que la Fundación Monteverde creada oficialmente en el 2003 por Tom Dillehay, Mario Pino y Eduardo Alvar, entre otras actividades, elaboró un dossier que permitió la inclusión de Monte Verde en el listado tentativo de bienes para ser declarado Patrimonio de la Humanidad del Consejo de Monumentos Nacionales. Pero, el proyecto del listado no pasó. Y ni lo recordaríamos, sino fuera por el esfuerzo municipal de hoy por validar esa jerarquía mundial arqueológica a través de esa singular membresía.
Se habla también de los escollos, punto menos que insalvables, surgidos en la tarea de obtención del dominio de los terrenos donde se encuentra el sitio del hallazgo, cuyo propietario -que es puertomontino- debería comprender que en determinadas circunstancias los sacrificios no sólo se justifican, también honran y enaltecen. Más aún si se hacen -a los ojos del mundo- por el bien cultural y turístico de Puerto Montt, el terruño que se dice tanto querer y que hoy es la cuna de América.