Llegadas nuestras rigurosas y prolongadas temporadas invernales, por estos confines del sur austral, se intensifica también la utilización de la calefacción a leña en los distintos hogares familiares de la zona, entre otros. Lo que, indirectamente, significa incrementar el factor contaminante medioambiental, que implica el uso del referido combustible, históricamente asimilado en el devenir de las costumbres sureñas.
Esta situación se hace más evidente en los días fríos y apacibles, carentes de lluvias y vientos. Donde se puede observar un denso manto de humo, tipo neblina, que se extiende y cubre la ciudad, no obstante la influencia neutralizadora -en estas condiciones- del mar que baña nuestras costas.
Con la finalidad de atenuar la contaminación atmosférica y sus riesgosas consecuencias para la salud humana, producida por la quema de leña en residencias e industrias, sobre todo aquella en estado de alta humedad, la recomendación de las autoridades ha sido la de ejercer preferencia por el consumo exclusivo de la leña seca. La que reporta más calor y no contamina. Y cuya certificación está garantizada en aquellos lugares de venta autorizados, que disponen del equipamiento de secado requerido.
En el marco del clave resguardo medioambiental, recientemente, entró en vigencia un decreto que confiere las facultades necesarias a la autoridad sanitaria. Las que permiten desde prohibir el uso de la leña, hasta suspender la actividad física en colegios, en casos de emergencia y preemergencia.
Lo importante es que se están haciendo todos los esfuerzos indispensables para garantizar la salud en un ámbito libre de poluciones. Y donde los propios habitantes son determinantes, si es que deciden cocinar y calefaccionarse mediante el empleo de la leña seca u otro recurso energético renovable no convencional. Como el mismo gas licuado, que se aprecia como ideal para la vida hogareña y la conservación de un entorno libre de elementos contaminadores. Y considerado, por ello, el combustible de relevo para los tiempos que vienen.