La donación al Estado chileno, de dos magníficos parques -el Patagonia y Pumalín Douglas Tompkins (407 mil hectáreas), por la Fundación Tompkins Conservation, ha sido uno de los grandes acontecimientos del último tiempo acaecidos en la zona patagónica, relacionados con los imperativos de preservación medioambiental en nuestro país y el planeta mismo.
Lo trascendental de este extraordinario aporte,- de alto estándar conservacionista ecológico y de excepcional atracción turística-, es que se constituye en el más cabal y certero impulso al desarrollo y profundización de una acendrada cultura de preservación medioambiental en nuestro país.
Son dos maravillosos parques, que nacieron en 1993 del anhelo y convicción de su insigne forjador, el fallecido gran defensor medioambiental estadounidense Douglas Tompkins. Y que hoy son la mejor demostración acerca de cómo se deben construir, equipar, embellecer y mantener, estos singulares parques naturales. Que son verdaderos templos de preservación de la naturaleza, de su flora y fauna, en virtud de su envergadura de indispensables pulmones verdes globales y su vital contribución al equilibrio de la vida humana.
Es un justo desafío y deber, imitar tamaña obra de resguardo ecológico, que es un impresionante modelo de cuidado y connotación del entorno, en parques donde se palpa -hasta en el más leve detalle- como las cosas hechas con amor, dedicación y esmero, resplandecen, impactan y perduran.
Allí están los 41 parques chilenos esperando que ese trato y mentalidad -que tanto refulge y causa admiración en el Patagonia y Pumalín- se repliquen en cada uno de ellos con la misma intensidad, eficiencia, entusiasmo e inspiración.
Que ambos sean valorizados como verdaderas escuelas de formación de una renovada cultura nacional, en cuando a cómo apreciar, tratar, resguardar, fortalecer y dar una larga existencia a estas grandes reservas de vida natural, que le reportan más salud y felicidad al ser humano.