Los puertomontinos -oriundos, de tomo y lomo- esperan y ansían que no -por contar ahora con una maravillosa moderna pileta multicolor y sonora- se olvide el imperioso rescate de importantes símbolos patrimoniales de Puerto Montt, que no merecen permanecer desaparecidos o en proceso de restitución, sin que nada se concrete.
Los volvemos a enumerar, por si vuelve a fallar la siempre frágil memoria:
El Monumento al Hombre de Mar, dedicado al capitán mercante Luis Alcázar y a través de él, a todos los marinos sureños, inaugurado en 1964 e invisibilizado en 1985; el prometido símbolo representativo del afamado hallazgo prehistórico de Monte Verde en la Plaza de Armas, que destaque a Puerto Montt como la cuna de América; y una señal, también céntrica, que resalte el "hito cero" de la Carretera Austral en nuestra ciudad. Además de la necesidad de conferir, en la costanera, un lugar relevante al también prometido monumento al Papa Juan Pablo II, en indeleble gratitud a su augusta visita de paz y hermandad en abril de 1987. Él precisamente recorrió ese borde costero y también navegó en las calmas aguas de la rada local, impartiendo sus bendiciones a la comunidad multitudinariamente allí apostada.
Debemos, mal que nos pese, reconocer que no hemos sido del todo gratos y respetuosos de nuestros sellos históricos y de identidad.
Si así no fuese, no habríamos mandado al destierro en Alerce a la estatua del Cacique Cayenel, que por muchos años realzó la céntrica confluencia de las calles Seminario y Ejército. O no dejaríamos que progresivamente se destruya y caiga a pedazos un histórico inmueble, como está ocurriendo con la señera Casa Ebel en calle Balmaceda… O como acontece, en otra demostración de negligente actitud hacia la memoria de nuestros precursores, con el busto del capitán de fragata Buenaventura Martínez, que en plena Plaza de Armas denigra -con su deterioro y descuido- la memoria de un ilustre oficial de Marina, que fuese el brazo derecho del egregio colonizador regional Vicente Pérez Rosales.