Argentina acaba de publicar un nuevo mapa oficial en el que aumenta más allá de las 200 millas marítimas la plataforma continental, para reafirmar su soberanía sobre las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur, todas bajo la administración del Reino Unido. Pero también proyecta hacia la Antártica los derechos derivados de esta nueva interpretación geográfica, con lo cual intenta adueñarse de gran parte del territorio chileno en el continente helado. Chile no sólo debe protestar, sino que tiene que abocarse a realizar más de lo mismo, es decir, proyectar nuestros derechos legales hacia el área oriental del mar de Weddell para incluir territorio adicional, en este caso del sector argentino.
Pero mucho antes de esto, mi padre estuvo en la Antártica chilena durante el verano de 1948 con la segunda expedición nacional, para la construcción de la Base Bernardo O'Higgins. Fue el único civil presente en ese magno evento. El propósito de su viaje fue cumplir con un sueño patriótico, y buscar también en el fondo del alma de aquel misterioso lugar, los espíritus que llaman desde los hielos.
Cuando la fragata Covadonga se fue acercando a la isla Greenwich, en las Shetland del Sur, la visión de Miguel Serrano debe haber sido de unas inmensas paredes de hielo, que producían estupor y respeto. "Las barreras relucían envueltas por el sol transparente. Nos reunimos en la torre de mando y miramos con los prismáticos, tratando de descubrir indicios de la base. Podíamos imaginarnos el estado de ánimo de los que esperaban el relevo". Se acercaba así a tocar territorio antártico por primera vez, en la Base Soberanía. Desde esa pequeña, pero significativa instalación, emprendería expediciones y aventuras misteriosas -acompañado por hombres valientes, patriotas-, que fueron quedando plasmadas en sus libros legendarios.
En una ocasión salió a explorar unos témpanos en la isla, adentrándose por grietas y pasadizos que conducían hacia el otro lado de un glaciar. "Con la vista fija, hipnotizado, estaba prendido a la imagen del hielo sobre mi cabeza. Un trozo enorme se inclinaba, reverberando al sol. La luz se descomponía en tonos verdes profundos, amarillos y negros. El temor y la emoción de la belleza se entremezclaban. Yo no sé si ese muro se movía; pero conocí que algo íntimo me lo estaba acercando, cada vez más. Entonces oí un ruido pequeño, como de suspiros y chasquidos, y de las alturas empezaron a caer unas leves plumillas volanderas y blancas, que al cruzar a través de la luz, se irisaban fantásticamente, tomando formas extrañas. Caían sobre mí, acariciándome, y cubrían por millones el suelo. Dejé de temer. La visión era tan irreal que habría sido bueno morir en ese instante. Todo cubierto de esas pequeñas almas de hielo". En la Antártica chilena.