El baño del picaflor y el encanto de las lluvias sureñas
En esta etapa de confinamientos -frente al asombro de la pandemia-, mi mirada se ha ido enamorando inexorablemente del hermoso huerto de mi casa, donde circulan habitantes alados (diversidad de pajarillos) y felinos (gatos) de vistoso y variado colorido, que conviven con aleccionante prudencia, autocuidado y a segura distancia.
Con el rostro enfocado en ese cautivante escenario, desde el ventanal, observaba ese ambiente que, absortos entre los horarios laborales, solemos ignorar.
Contemplaba en aquella tarde gris puertomontina, cómo, de pronto, empezó a llover sigilosamente. Como si el silencioso y casi imperceptible goterío temiese interrumpir un rezo o una siesta.
Eran agujillas finas y transparentes, casi invisibles, pero que empapaban al instante... De esas lluvias leves, pero mojadoras, propias del sur.
En el patio, rebosante de verdor, árboles y plantas, y algunas flores que sobreviven en invierno, un picaflor (llamado también colibrí), -de tres que están llegando en las últimas temporadas-, permanecía asido a una rama, junto al llamativo bebedoro instalado para ellos...
La sutil nubada era cada vez más tupida. Lo que me hizo pensar que el diminuto picaflor no tardaría en huir hacia un protector refugio...
Sin embargo, ¡para mi asombro!, no se movió ni un milímetro de allí...
Al revés, pareció afirmarse más, feliz de lo que ocurría con esa lluvia taciturna. Desplegó, esplendorosamente, sus pequeñas alas de tornasolados colores en tono verdoso. Lo que fue haciendo una y otra vez. Al tiempo que sacudía su cabecita adornada de un color rojizo, en tanto la tarde bordaba y bordaba delicados cortinajes de grácil lluvia, que, a la vez, servían de maravillosa ducha para aquella avecilla, que no cesaba de refregar, mil veces, su plumaje encantador...
Mientras más intensa era la lluvia silenciosa, más parecía disfrutar del baño aquel colibrí, que permaneció varios minutos gozando de la apacible regadera excepcional que le brindaba la naturaleza del sur, mágica y temperamental.
Había sido el baño más espectacular y bello, caído del cielo, que un picaflor visitante, -casi al partir a confines más apropiados del año-, regaló como el preámbulo de su adiós. Y bajo una lluvia, que más que mojar acariciaba con estremecedora ternura.
Curtidos por mil lluvias...
Y a propósito de las lluvias de mi terruño puertomontino del sur -como aquella que con tan delicada dulzura acarició a aquel picaflor-, recomendable sería acogerlas con una actitud más positiva. Sin temores y una conducta más fraternalmente turística e innovadora.
El sur chileno sobresale por ese encanto singular que tiene la impresionante variedad de sus lluvias. Donde, incluso, suelen transformarse en musicales, como en Puerto Montt, donde "la lluvia se hace canción", refraneramente y desde un enfoque de turismo de vanguardia.
Aunque suele incomodar, -obligando a llevar un paraguas de protección-, considerar el sur es sinónimo de tener siempre presente la ineludible sorpresa de sus lluvias.
Plenas de matices y de sellos especiales. Aguaceros, donde no hay rutina ni nada predicho. Simplemente, agua del cielo que forma parte de la vida del sureño, curtido por mil lluvias distintas.
Las tenemos en refinada vitrina, como si fuera posible escogerlas:
-La lluvia vivificante y creadora en su generalidad, y su tan indispensable aporte a la producción agrícola y al alimento humano...
-La lluvia fina, silente, ninja. Que se desliza y casi no se ve, pero que empapa...
-La lluvia espectacular, circense, que -acompañada de relámpagos y hasta truenos- sorprende en largas noches desveladas y misteriosas...
-La lluvia festiva y bailarina, que zapatea y danza sobre los tejados, celebrando hasta entrada la madrugada...
-La lluvia ruidosa, que bombardea estrepitosas granizadas sobre la ciudad, como si se divirtiera asustando a los transeúntes...
-La lluvia que se derrama -con sorprendentes chubascos- , parcialmente, por partes, en la población, de la mano de increíbles arcoiris. Mientras en algunos sectores llueve, en otros ni siquiera gotea...
-La lluvia triste, que acumula las penas del día y lagrimea su pesar en un interminable sollozo, que el viento agudiza y prolonga...
Es la magia de las lluvias del sur y su melancólico paisaje, que inspira, congrega y siempre sorprende. Y que usted no debiera dejar de conocer, por nada en el mundo.