Volvió a ocurrir. Como fue con el inicio de la discusión del proyecto de ley sobre la eutanasia, ahora por la prensa nos enteramos a mitad de enero que la comisión de Mujeres y Equidad de Género de la Cámara de Diputados dio el punto de partida a la discusión de un proyecto que pretende la despenalización del aborto, dentro de las primeras 14 semanas de gestación. Al parecer, la reciente aprobación en Argentina de una ley que permite el aborto hasta la décimocuarta semana entusiasmó a algunos parlamentarios para que en Chile se siga un camino similar, desempolvando un proyecto que yacía dormido desde el 2018. Se copia así el camino emprendido por otras naciones, como España, aprobando primero el aborto en tres causales, y después despenalizándolo.
Los que están a favor del proyecto dicen que sólo es una despenalización, que no es una ley que lo promueva ni lo justifique. Pero olvidan que el aborto no se produce por un simple acto de la voluntad subjetiva; requiere de la participación de otros y de una infraestructura médica que lo permita. Tampoco se da una justificación razonable de por qué hasta la semana 14 de la gestación. ¿Por qué no hasta la 13 o hasta la 15? ¿Qué ocurre en la semana 14 que hace distinto lo que había antes de lo que hay después, en circunstancias que la información genética es exactamente la misma?
Es cierto que detrás de una posible decisión de un aborto hay un drama de un embarazo no deseado, de una mujer muchas veces sola, humillada y abandonada. Sin embargo, la solución no pasa por la eliminación de una vida humana. Ambas vidas cuentan y cuentan mucho, porque son irrepetibles, únicas e invaluables.
Lo que se juega en una ley de estas características es el tipo de sociedad que queremos construir. El aborto permite que un ser humano decida que otro no puede vivir; introduce una cuña entre unos y otros, de manera que algunos sean descartados, negándoseles el derecho a la vida. Por el contrario, una sociedad que ama la vida y respeta la originalidad y dignidad de cada uno, es en definitiva una sociedad que no acepta el aborto, ya que se da cuenta que hay una conexión entre todos, que hay que cuidar y proteger, porque cuando se rompe, todos perdemos.
Fernando Ramos Pérez, arzbispo de Puerto Montt