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ro en Miraflores, cerca de la bodega de papas de don Eduardo Böhm, para quien mi papá trabajó bastante tiempo, siendo muy apreciado por él; llegó a ser un empleado de su confianza. Yo le llevaba el desayuno por las mañanas antes de ir a la Escuela de Niñas número uno, frente al terminal de buses. Mi madre era dueña de casa.
Mi hermano terminó sus humanidades y estudió todo lo relativo al funcionamiento y manejo de las máquinas a vapor. Así que cuando estuvo preparado, se convirtió en ingeniero de máquinas de los barcos regionales, entre ellos Trinidad, Taitao y Tenglo, entre otros, hasta su jubilación. Viajé con él diversas veces hacia el sur.
Mi padre trabajó también en el Molino Augusto Goecke, para don Augusto Goecke. Se encargaba de encender las calderas por la noche o casi de noche, para que ellas funcionaran a tiempo cuando eran requeridas. Ayudaba mucho también en casa de la familia. Los terrenos cercanos pertenecían a don Augusto y se poblaron con gente del sur, porque había trabajo.
"Escoge un sitio", le dijeron a mi padre y él escogió uno en una pampa. Hoy es una esquina de la calle Augusto Goecke, ahí había otros dueños de partes de terreno, lo que produjo siempre situaciones complejas.
Mi padre retomó su trabajo de albañil construyendo una casa grande de dos pisos y un altillo para toda la familia. La inició más o menos en 1935. Desde el altillo se veía el mar.
Mi padre nos decía que los brujos de Tenaún (isla de Chiloé) no lo querían mucho, o brujas, no sé. Si iba arriba de un bote, le disparaban balas de sal en el trasero. Y en la casa nueva de Augusto Goecke siempre ocurrían cosas extrañas en los primeros años: ruido de animales que quieren entrar, bulla de ratones y luego zajaduras, y hasta quejidos en la escalera angosta del altillo.
-Usted es la bordadora en máquina Singer más antigua y viva de Puerto Montt. ¿Cómo llegó a este oficio difícil, si pensamos en las máquinas automáticas de hoy?
-En la Escuela número uno, cuando cursaba cuarto o quinto de primaria, no jugaba. Casi nunca jugué. En los recreos iba a las mamparas de un pasillo independiente desde las que podía ver cómo jovencitas aprendían y trabajaban en máquinas de coser, a cargo de una profesora. Decidí que lo mío era eso. Pedí permiso a mis padres para abandonar la escuela e inscribirme en los talleres Singer a cargo de la familia Elliot, en el centro de la ciudad.
Mi padre me ayudó a pagar las cuotas de mi primera y única máquina de coser. La última cuota, de noventa pesos, la pagué con mi trabajo (bordado). Tuve derecho a veinticinco lecciones gratuitas de una hora y media en cualquier Academia Singer de Chile.
Aprendí a bordar con una muy buena maestra y me quedé en la Academia Singer, ahora trabajando, durante varios años. Más tarde me independicé bordando para las familias alemanas y para Singer. Se bordaba manteles, juegos de sábanas, ropa de bebé, cubrepianos y estandartes de instituciones. Mi hija, ya adolescente, me ayudaba bordando tela de blusas a mano, tejiendo ribetes de chalecos de hombre, cortando hilos, entregando pedidos. Guardo mucho cariño y gratitud para la familia Weil, la señora Lotte de Weil (Q.E.P.D.) y familia Burdach. Colaboré muchísimas veces en lo que me pidieran. Bordé para ellas y para tantas otras. Aporté mi grano de arena a las ayudas que se enviaban a Europa, después de la Segunda Guerra Mundial, generalmente ropa interior para hombre (camisetas y otros) en mi caso. Tuve siempre mucho trabajo.
-¿Cómo cree que ha evolucionado Puerto Montt?
-Sí que ha crecido, aunque no conozco ya sus nuevas casas, edificios, poblaciones, hospital regional, Angelmó actual y otros. Lo veo en diarios y noticias de televisión. En todo caso, siempre echaré de menos el Angelmó antiguo -una compraba productos en la misma playa- y los trenes. ¡Con mis amigas éramos felices yendo a Puerto Varas!
-Hay poblaciones en lugares donde antes era bosque. ¿Qué sector recuerda?
-Recuerdo Mirasol. Mi padre iba a cazar pájaros con su escopeta y sus nietos.
-¿Cómo recuerda otros periodos con crisis sanitarias?
-No recuerdo ninguna cuarentena hacia atrás como ésta. Y los años son un poco vagos para mí. La tuberculosis estuvo entre nosotros hasta los años 50. Ahí todavía se examinaba con rayos X a los alumnos de los colegios en el Hospital Santa María. Mi madre murió en 1943 de tuberculosis pulmonar.
Hubo sarampión, viruela. La viruela la recuerdo como en sueños, banderas blancas en las casas. Mi papá me contaba que el doctor Burdach iba por la noche con un ayudante ya recuperado de la enfermedad, llevándose los muertos a una fosa común y a los enfermos a un lazareto (especie de residencia sanitaria). Las niñas de la escuela de repente se ausentaban y cuando volvían tenían cicatrices en la cara. Nos escondíamos en las casas cuando pasaban los muertos.
-¿Cómo se vincula con el mundo actual y la modernidad?
-Veo entrevistas de salud, noticias, películas. Lo que pasa en el mundo no me es ajeno.
Por ejemplo, hay un pequeño robot en mi casa que ayuda con el aseo. Mi hija me pone frente a un computador y compramos juntas por internet. Veo los memes más entretenidos. Leo revistas de letra grande, he ido un poco a la par de los tiempos, yo creo, y si me olvido de algo, me estimulan a recordar.
-¿Desde cuándo lee el diario El Llanquihue?
-Por lo menos noventa años. Mi padre trabajaba y lo compraba, lo mismo la revista Fausto, que él leía por la noche. Hoy leo El Llanquihue todos los días.
" Aporté mi grano de arena a las ayudas que se enviaban a Europa, después de la Segunda Guerra Mundial, generalmente ropa interior para hombre"
1911 es el año que nace María Barría Barrientos, quien el miércoles 11 de febrero cumplió 110 años. Fue vacunada contra el covid esta semana y no ha tenido problemas.
25 años lleva viviendo María Baria en la calle Libertad de la población Esmeralda, en el sector Lintz. Antes vivió en el barrio puerto de la capital regional.
1935 es el año que el padre de María levanta su casa en calle Augusto Goecke, en el barrio puerto y la que aún se mantiene en pie. Desde el altillo se podía ver el mar.