Participación y democracia
Construir una sociedad democrática supone un ejercicio permanente de escucha, empoderamiento y análisis. El mejor rival de las intentonas populistas, tan de moda hoy, es la propia democracia con sus mecanismos de participación.
La prestigiosa revista The Economist, que evalúa de forma anual los sistemas políticos de los países, situó hace un tiempo a Chile como la tercera mejor democracia latinoamericana y número 23 a nivel mundial. Desde luego que es un reconocimiento relevante, considerando que si bien el país ha avanzado en materia de institucionalidad, muestra también síntomas negativos que generan una fuerte desconfianza de la ciudadanía.
Y es que tal vez la clase política no ha sabido interpretar las expectativas de las personas. La desilusión se fundamenta en que no ven que sus problemas reales estén considerados en las agendas temáticas de los partidos. Parte de la llamada clase política no ha entendido bien el rol que les corresponde desempeñar cuando están en el gobierno y cuando están en la oposición. No se aprecia un interés por salvar las diferencias para resolver unidos los problemas reales, más que sus propios intereses personales y partidistas. Tal vez por eso, las últimas elecciones han tenido una baja participación.
Chile es una democracia, pero tiene mucho por corregir y avanzar. No debe servir de consuelo que otros países estén en peor situación. Riesgosos son los casos de corrupción, malos manejos y estrategias políticas destructivas que se conocen con cierta frecuencia. Es cierto, no son las instituciones como tales las que lo hacen, sino algunos de sus representantes, pero lo lamentable es que esos episodios van generando desconfianza. La corrupción es un fenómeno que ataca de preferencia a las democracias jóvenes y que genera un impacto negativo, por la desconfianza y por el mal uso de recursos.
La democracia es un proceso de permanente construcción humana, lo que quiere decir que sufre avances y retrocesos dependiendo de las mayorías, de su empoderamiento y de efectos externos que modifican los pensamientos y la cultura. Por cierto que más democracia es mejor, pero eso exige más trabajo, participación y responsabilidad. El desinterés por ayudar a construir los procesos democráticos o la desconfianza sólo conduce al debilitamiento de la institucionalidad y a dejarla expuesta a los populismos, que van de la mano con demandas poco racionales de la sociedad y el descrédito de la clase política. Hoy es más necesaria la moderación.