Los estragos producidos por el cambio climático son evidentes y no es menester enumerarlos acá. Sus efectos se ven todos los días, a nivel planetario. Pero hay pequeñas cosas que se pueden hacer para ayudar a mantener y crear un desarrollo más sostenible para la humanidad. En este sentido, es bueno recordar entonces que muchas ciudades chilenas, como Chillán, Temuco Valdivia o Puerto Montt - entre tantas otras -, están circundadas por una naturaleza prodigiosa en recursos naturales: árboles, ríos, lagunas, lagos, fauna silvestre y hermosos paisajes. Pero los adultos rara vez se preocupan por entender el beneficio que prestan dichos recursos. Ciertamente, la juventud se interesa más por estos temas; sin embargo, el contacto que mantienen con el mundo natural a través de escuelas y colegios es muy escaso.
A mi parecer, mientras más temprano se comience con la educación de los jóvenes en este ámbito, mejor van a ser los resultados y mayor va a ser la calidad de vida de las futuras generaciones. Es un deber ineludible de las autoridades del Ministerio de Educación preocuparse de que se imparta a niñas y niños, experiencias vivenciales que se enmarquen dentro de los objetivos de la "Educación para el Desarrollo Sostenible" recomendados por la Unesco, teniendo como pilar fundamental la protección del medioambiente y una respuesta integral al cambio climático. El sistema de educación tradicional chileno mantiene un enfoque meramente contemplativo, teórico y de poca participación activa con la naturaleza, lo cual no se condice con las necesidades del mundo actual.
El rico ecosistema cercano a muchas de nuestras ciudades tiene un inmenso valor. Las plantas y árboles mantienen una rutina diaria y silenciosa año tras año, estabilizando el suelo, reciclando los nutrientes, oxigenando el aire, influyendo positivamente en la turbulencia del viento, interceptando la lluvia, absorbiendo toxinas, entregando belleza, promoviendo el turismo y la recreación, reduciendo el estrés, mejorando la salud de las personas, proporcionando alimento y medicinas, sirviendo de hábitat para cientos de seres vivos y organismos, entre tantas otras bondades.
El Consejo Estadounidense para la Tasación de Árboles y Paisajismo (US Council of Trees and Landscape Appraisers) ha ideado una fórmula para calcular el valor social y económico de un árbol, considerando la cantidad de oxígeno que emite; el control de la erosión y la fertilidad del suelo; el reciclaje del agua; el refugio que brinda a pájaros, animales y plantas; y la disminución de la polución del aire. En base a estos factores un árbol adulto en un parque o una plaza - en un horizonte de 50 años -, tendría un valor de US$ 140.000 a precios actuales (unos $110 millones). Imagínense, un solo árbol es así de valioso. Los hay en todas partes, también en el Norte. Cuidémoslos.