En momentos de confusión y dificultad, es bueno apreciar todas las cosas maravillosas que nos ha legado nuestra patria. No sólo su paisaje físico extraordinario -desde el mítico desierto del Norte hasta los misteriosos bosques templados del Sur-, sino también su gente, variadas culturas, etnias, colores y costumbres, que nos colman de satisfacción y orgullo. Y claro, ahí están las instituciones republicanas que fuimos construyendo durante muchas décadas de esfuerzo; ellas persisten y se robustecen con el aporte de todos, pero no horadándolas.
Reconocer y aceptar lo anterior puede considerarse como patriotismo, y en nuestro particular momento histórico, es una realidad que tiene importantes atributos positivos; especialmente ahora, cuando celebramos el 18 de septiembre. Patriotismo debe entenderse como un sentimiento que intenta convertir los vínculos de fraternidad y solidaridad entre los ciudadanos en fuerzas que sostienen la libertad, en lugar de fomentar la exclusión o la agresión. Para los patriotas el valor principal es la república y la forma de vida libre que ésta permite. Así, se traduce en un amor generoso hacia todo lo que conforma la esencia nacional.
Para la "patriotería", en cambio, los valores primordiales son la unidad espiritual y cultural del pueblo, lo cual en principio podría parecer conveniente. Sin embargo, este tipo de pensamiento casi siempre conlleva una "lealtad incondicional" que fácilmente se convierte en sectarismo o xenofobia, cuna del fundamentalismo racial y cultural que se ha dado con demasiada frecuencia a través de la historia, con lamentables sucesos, incluso en nuestro propio continente americano. Y esto es precisamente lo que no deseamos para Chile, ni ahora ni en el futuro.
En contraposición, está la idea de que la patria es inseparable de la república, de la virtud cívica entendida como amor a la libertad común y a las instituciones que la sustentan. Su fin es la libertad, que implica la posibilidad para todos de vivir sus vidas como ciudadanos sin ser oprimidos al negárseles sus derechos políticos, civiles, sociales o culturales. Ante una situación de crisis, apelar al patriotismo, al amor patrio en vez de la peligrosa "patriotería", aporta la misma fuerza unificadora y movilizadora, pero poniendo énfasis en los derechos igualitarios y la importancia de la ciudadanía, en vez de las férreas lealtades particulares sobre las que florece el fanatismo y sus negativas consecuencias.
Es más, dicho ideario positivo del patriotismo permite superar el tradicional monopolio que han querido ejercer las derechas más radicales sobre el concepto de nación, reemplazando sus propuestas excluyentes por una herramienta intelectual y política centrada en la noción de la república, es decir, en el patriotismo de la libertad y su filosofía pluralista. En suma, el amor a la patria es una forma de humanidad o devoción, un afecto que lleva a los ciudadanos a servir el bien común.