Una de las consecuencias que ha traído la pandemia del covid-19 a nuestra vida ha sido que en cierta forma se ha alterado nuestra relación con el trabajo. Después que en el año pasado hubo tasas de desocupación de dos dígitos en Chile y en nuestra región, hemos pasado este año 2021 a una fuerte disminución del porcentaje de desocupados. A fines de septiembre, el INE indicaba que la Región de Los Lagos tenía un 3,4% de desocupados. Por diversas razones, no todos los que perdieron su trabajo lo han recuperado o están buscando tener un trabajo. Esta situación nos da pie para profundizar acerca del sentido del trabajo.
Para algunos, poder trabajar es la gran oportunidad para obtener ingresos, los cuales permiten solventar los gastos de la vida y de las decisiones que se tiene en ella. Tener una familia y los gastos que esto comporta, presupone tener ingresos suficientes para responder a este desafío. Por esta razón, el trabajo puede constituirse en la gran herramienta que nos abre oportunidades en la vida, ya que nos recompensa económicamente. Desde este punto de vista, no es raro escuchar a personas que dicen que van a trabajar un tiempo para reunir los recursos necesarios para hacer otras cosas totalmente distintas a su actividad laboral. Pero, ¿sirve el trabajo sólo para conseguir dinero?, ¿permite este horizonte encontrar en el trabajo una fuente de satisfacción personal?
Para otros, el trabajo no es sólo la fuente de ingresos; es también el ámbito del despliegue de la propia personalidad, de acuerdo a la "vocación" de cada uno. La actividad laboral abre, entonces, un horizonte que tiene que ver con el desarrollo personal y con la colaboración con los demás para hacer un mundo mejor. De allí que la educación formal debería ofrecer habilidades y competencias en sintonía con la vocación personal.
Por esta razón, las palabras de Juan Pablo II mantienen su plena vigencia hoy al señalar que el trabajo es "no sólo un bien "útil" o "para disfrutar", sino un bien "digno", es decir, que corresponde a la dignidad del hombre, un bien que expresa esta dignidad y la aumenta. (…) El trabajo es un bien del hombre -es un bien de su humanidad-, porque mediante el trabajo el hombre no sólo transforma la naturaleza adaptándola a las propias necesidades, sino que se realiza a sí mismo como hombre, es más, en un cierto sentido "se hace más hombre" (Laborem exercens, 9).
Fernando Ramos Pérez, arzobispo de Puerto Montt