Un silencio
Debo excusarme una vez más con mis lectores, pero es inevitable abordar nuevamente el tema que nos convoca a todas las chilenas y chilenos y que nos mantendrá ocupados, por lo menos hasta el 19 de diciembre próximo: la elección presidencial. El duelo en la recta final de esta carrera tiene enfrentados a José Antonio Kast (Frente Social Cristiano) y a Gabriel Boric (Apruebo Dignidad), en una atmósfera polarizada y áspera. Ya se han producido y sin duda seguirán produciéndose ataques que van más allá de la decencia y ya es posible ver que el miedo será una de las armas principales esgrimidas por los dos bandos. Las cosas se dirigen aceleradamente a que, el 19 de diciembre, quienes concurran a votar lo hagan bajo la consigna de estar votando en contra de Allende unos y en contra de Pinochet otros. Finalmente lo hicimos y nuestro país se encuentra, de nuevo, dividido entre fracciones extremas, cada una de las cuales cree ver en la otra a un enemigo que sólo desea su destrucción.
Ya he escrito en estas páginas mi repudio a esa situación. Estoy convencido que esa extrema polarización y el odio que la acompaña no es algo que deseamos la mayoría de las chilenas y chilenos. Nos han conducido hasta aquí la capacidad de una minoría estridente y a menudo violenta, de imponer su hegemonía durante los últimos años, y unos dirigentes políticos y representantes populares que no fueron capaces de sustraerse a esa hegemonía y muchas veces se plegaron, casi como hechizados, apoyando demandas absurdas o prohijando la violencia.
Sin embargo, el mismo domingo en que se terminaba de consagrar la polarización y en buena medida también el odio, ocurrió otro fenómeno que ha tendido a pasar desapercibido quizás porque parece silencioso y discreto frente a la estridencia de la elección presidencial. Ocurre que en las dos ramas del Congreso Nacional y más allá de las incertidumbres respecto de la posición definitiva de uno u otro parlamentario, se ha producido un empate entre las fuerzas en que actualmente se encuentra dividiendo al país. Nosotros, los electores, les hemos dicho a esos mismos políticos cuya impericia nos arrastró a la situación de polarización nacional, que no queremos otorgarle a ninguna de esas fuerzas la primacía sobre la otra. Que, para que cumplan la tarea para la que los elegimos, deben dialogar -algo casi olvidado por ellos- y generar consensos y llegar a acuerdos. Que se dediquen a la "cocina", pero que sea una cocina sin paredes, abierta y bien aireada. Que lo hagan de cara a nosotros, sus electores y sin temor al repudio o a la funa. Al producir la actual composición del Congreso, nosotros, sus electores, les pedimos en suma a nuestros políticos que practiquen la política. Y una política democrática va a ser siempre una política de acuerdos constructivos y no de negación destructiva.
Ese Congreso va a ser el que, como demandaba Montesquieu y ha quedado consagrado en todas las constituciones democráticas contemporáneas, se convertirá en contrapeso del poder ejecutivo, cualquiera que sea, Boric o Kast, su detentor. Obligará también a ese presidente, en consecuencia, a ejercer lo más noble de la función pública: a hacer política. A dialogar, a convencer, a negociar, a entrar también a esa gran cocina democrática.
Así, pues, la noche del 21 de noviembre se produjo silenciosamente un fenómeno que puede traernos de vuelta la política democrática. Fue en silencio, sí, pero un silencio mucho más estruendoso que el ruido pueril que llevó a la polarización.
Y mejor aún, quizás por ese mismo silencio estridente, es que la mayoría de los chilenos, pudimos irnos a dormir con algo más de tranquilidad, porque no cabe dudas, que, en ocasiones, la sabiduría de un pueblo, se manifiesta así, de forma quieta y responsable.
En silencio, pero estridente.
estruendoso
" Nosotros, los electores, les hemos dicho a esos mismos políticos cuya impericia nos arrastró a la situación de polarización nacional, que no queremos otorgarle a ninguna de esas fuerzas la primacía sobre la otra".