Angelmó: ¿el ícono de Puerto Montt?
Un hombre de letras, Mario Espinoza, escribió acertadamente: "Angelmó es casi una fiesta entre la tierra y la isla". Y no se equivocaba. Allí acudían artistas como Pacheco Altamirano y Manoly que encabezaron una larga generación de pintores que, pincel en mano, llegaban a esta caleta, para inmortalizar en la tela de sus cuadros a este mágico Angelmó, convertido en cuna de pintores.
La pintoresca caleta de Angelmó, qué duda cabe, llegó a convertirse en el ícono indiscutible de Puerto Montt; enclavada en un paraje lleno de encantos, fue motivo de admiración permanente de viajeros y turistas. Escritores, pintores y poetas se rindieron al encanto de su original atractivo. Y los mismos puertomontinos convirtieron la visita de compras al lugar en agradable excursión para grandes y niños; llegar hasta aquí para abastecerse de alimentos, en un ambiente de lanchas veleras cargadas de productos del mar y la tierra, de carretones que se hundían en el agua para recibir o entregar la preciosa carga, en medio de gritos de comerciantes, cargadores y lancheros; unos vociferando precios, ofreciendo almudes, sacos; otros exclamando bromas y saludos, creaban un ambiente festivo, impregnado de olores del mar, de los mariscos y frutos, de tablones del fragante ciprés de Las Guaitecas.
Historia y leyenda
Las guerras extinguieron los habitantes autóctonos del Seno de Reloncaví, de ellos quedan sólo restos de su cultura en los conchales que se asoman en todo el entorno. Pasada las guerras se inicia un incipiente comercio basado en la madera de Alerce; esto llevó a que los alerceros retornaran al Seno de Reloncaví donde estaban situados los alerzales. En esos afanes la caleta de Angelmó servía como lugar seguro para capear el fuerte oleaje que suele desatar el viento sur. En noviembre de 1854 fondea allí Benjamín Muñoz Gamero, que se dirigía al poblado de Melipulli.
Tras el inicio de la inmigración alemana a la zona, el gobierno cede algunos terrenos a colonos alemanes en Angelmó al lado de propiedades que pertenecían a los lugareños. Y allí la historia se nos confunde con una ingeniosa creación literaria, se trata de un relato que cuenta que a estas tierras arribó por 1867 un personaje llamado Angel Montt. En realidad, aquello es una ficción y resulta francamente paradójico que haya quienes se encarguen de repetir esta "versión", otorgándole validez histórica. El tal Angel Montt -doctor, para hacerlo más creíble- no existió, nunca. Esto lo explico extensamente en mi libro, "Melipulli Astillero principal del Reloncaví: 1750-1850".
Tras la fundación de la ciudad de las cuatro colinas, en 1853 -el nombre oficial de la ciudad fue Melipulli-, Angelmó era un lugar poco frecuentado. Será a partir de sucesivos rellenos frente a la ciudad y la formación de la costanera -empujada con mayor fuerza a partir de la construcción del ferrocarril-, cuando desaparece la extensa playa, donde varaban las lanchas y chalupas frente a la ciudad, en consecuencia, las embarcaciones que arriban de las islas buscaron un lugar seguro para fondear, y ese fue Angelmó.
En los años 30, cuando ya había tranvía -los famosos de sangre- y existía "el mercadito", frente al actual museo, la gente ya concurría a comprar productos frescos en Angelmó. Allí se compraba al por mayor, generalmente por sacos, que luego se transportaban a domicilio en carretones. El gremio de los carretoneros en aquellos tiempos era numeroso, al igual que los boteros de Angelmó.
Las "delicateses" de Angelmó
Fue posteriormente al terremoto del 60 cuando los puertomontinos empezaron a concurrir a la caleta para consumir mariscos crudos, al costado de lanchas y botes. Rápidamente esa "picada" se hizo popular y alguien instaló el primer mesón y luego dio paso a varias cocinerías, que pronto se vieron colmadas de clientes. Apareció el "té frío" y la fama de Angelmó, como lugar donde por poco se degustaban los mejores mariscos, el pescado frito -recién extraído del mar- . Todos los platos se guisaban de manera tradicional, con productos de buena calidad, el curanto recién preparado. Pero el tiempo pasa y hoy todo eso parece un simple recuerdo del pasado, porque lamentablemente, no hay puertomontino que no tenga una mala experiencia en Angelmó, por eso, lo que acontece en estos días, sobre los abusos que se cometen con los visitantes merece toda nuestra atención. Ahora el camino será largo, recobrar la confianza no será fácil. Pero este remezón debe servir para hacer las cosas de manera inteligente. Las autoridades y los locatarios tienen la palabra.