Cuando se acaba el pudor
En política, sobre todo en el Chile de hoy, la ética, y no sólo la legalidad, debiera animar cada una de las decisiones de quienes ostentan algún grado de poder. Nombrar a amigos o cercanos en cargos de relevancia, decidir por cuestiones personales más que generales, termina por mancillar todo.
Suele pasar en política que el pudor se acabe. La búsqueda o mantención del poder, que es intrínsecamente el motor de la política, a veces lleva a recovecos que vistos en perspectiva, cuando ya el tiempo ha hecho su trabajo, pudieran parecerle indeseables a sus protagonistas. De esto pueden atestiguar decenas y decenas de actores de la política que a lo largo de los años terminan dando explicaciones por hechos o declaraciones del pasado, en un abanico que va desde la formación de alianzas a la destrucción de ellas, y hasta la toma de decisiones de las que se abjuraron antes.
No ha de extrañar todo esto. La política es el arte de lo posible ("en la medida de lo posible", en clave moderna), y en función de ello, los enemigos pasan a ser aliados, los socios devienen en rivales y las prioridades se van ajustando según categorías siempre cambiantes. Una vez que se entiende el fin del pudor como una neblina que desdibuja las fronteras y las convicciones, se logra entender el arte de lo posible y el zigzag de las opiniones. Así es la política. No ha de asombrar.
Pero todo, claro está, tiene sus límites. Cuando el beneficio personal o de los cercanos se antepone al bien común, cuando vale más el círculo inmediato que la calidad de la política, se entra a un pantano del cual se hace después muy difícil salir, por más declaraciones rimbombantes que se den. De todo el espectro posible de situaciones de este tipo, se hace particularmente visible cuando se nombra a amigos o cercanos en puestos estratégicos, colocando sobre la mesa frases como que "están habilitados" o que "está todo en regla", como si la legalidad fuese el piso mínimo para la toma de decisiones de la democracia moderna y no las implicancias éticas, que es lo que exige una opinión pública cada vez más informada y recelosa de prácticas borrosas.
Si hay una lección que ha dejado la tormenta de sucesos políticos que han sacudido al país en los últimos tres años, una de ellas es que la legalidad ya no es suficiente. Hoy por hoy, la ética debiera llevar a una mayor claridad de los límites de lo posible, o dicho de otra forma, hay que correr más acá el cerco para que el pudor sea una señal efectiva de que se está al borde del precipicio.