A abrir iglesias, templos, sinagogas…
Camino a diario por el centro de nuestra ciudad (Puerto Montt). A diario, también, me entristece ver todavía los efectos del momento de locura colectiva que nos afectó como país y como ciudad, hace no mucho. Murallas rayadas que aún no se recuperan, negocios que se fueron para no volver, nos recuerdan los complejos días cuando la violencia se tomó las calles de diferentes ciudades de Chile, entre ellas Puerto Montt, durante el llamado "estallido social (2019)".
Pero lo que más me entristece es ver a nuestra Iglesia Catedral blindada y clausurada. Un edificio que además del significado que resulta propio a sus feligreses, tiene también el de ser uno de nuestros emblemas urbanos. La Catedral ha acompañado a Puerto Montt prácticamente desde sus inicios. Precisamente, cuando fue trazada la ciudad por Vicente Pérez Rosales, se dispuso que un terreno ubicado en frente de la plaza fuera destinado a levantar una iglesia. Su primera piedra fue colocada en 1856, tan sólo tres años después de la fundación de Puerto Montt, y en 1892 fue bendecida como parroquia.
Es uno de nuestros referentes ante el resto de Chile y parte inamovible, indestructible, del centro de la ciudad. Para orgullo de los católicos, pueden decir que la Catedral, templo elevado a esa categoría por el Papa XII con la creación de la Arquidiócesis de Puerto Montt el año 1939, es patrimonio de todos los puertomontinos, católicos o no. Pero aun cuando tiene un importante valor histórico, social y arquitectónico -su diseño con columnas dóricas hechas con maderas nobles de la zona se inspiró en el Partenón- nuestra Catedral continúa blindada y clausurada desde octubre de 2019.
Dos horas
Hace pocos días me atreví a preguntarle a una persona, que me pareció cuidador o guardia de la Catedral, por qué ésta permanecía cerrada. Me contestó que sí abría, pero que lo hacía sólo de once de la mañana a una de la tarde. O sea, dos horas diarias. El resto del día permanece cerrada, refugiada detrás de las láminas metálicas que todavía blindan sus paredes exteriores. Oculta a sus feligreses y al resto de los puertomontinos y a quienes nos visitan.
A más de tres años de que se desatara la violencia irracional, las placas de metal permanecen, prolongando así los efectos psicológicos y urbanísticos del denominado estallido social, recordándonos el miedo, la sensación de inseguridad y la angustia sufrida. Esas señales que aún perduran en el tiempo deben terminar, debemos dejar atrás ese episodio negro de nuestra historia, para avanzar hacia un Chile de esperanza. Un Chile en el que sus catedrales, como la de Puerto Montt, tengan nuevamente sus fachadas a la vista y sus puertas abiertas a los ciudadanos mostrándonos esa belleza patrimonial que nos enorgullece.
En esta reflexión no puedo sino preguntarme: ¿es que no se da cuenta la jerarquía local de la Iglesia Católica que, con esa demostración de temor, sólo está consagrando la autoridad que sobre todos nosotros asumió en algún momento la violencia?
Felipe Santana, un joven de nuestra ciudad, junto con otros, intentó años atrás vandalizar la Catedral. Fue detenido, enjuiciado y condenado por su delito. Y aunque no hace mucho el Presidente de la República decidió indultarlo y liberarlo de su condena, perdura el repudio social que ésta significó. Nuestra sociedad no está con los destructores de iglesias, como no está con los destructores de escuelas, de edificios o de amoblado público. La abrumadora mayoría de las chilenas y chilenos estamos por construir, no por destruir; estamos por elevar la calidad de nuestra convivencia, no por deteriorarla.
Yo no sigo las orientaciones de ninguna iglesia, pues soy agnóstico. Sin embargo, defiendo el derecho de todas las iglesias de proclamar su verdad y de orientar a sus seguidores. Y al mismo tiempo que defiendo ese derecho, les exijo que expresen el sentimiento moral del que ellas deben ser portadoras.
Ese sentimiento que las obliga a no rendirse ni ante la violencia ni ante amenazas de ningún tipo. Les demando que expresen con su actitud el sentimiento que las chilenas y chilenos ya han hecho suyo. Ese sentimiento que declara que el momento de fiebre violentista y de intento de minorías delictuales de someternos por el terror es algo que quedó atrás; que los ciudadanos de a pie hemos recuperado los espacios públicos, ejercemos nuestros derechos en elecciones y plebiscitos y exigimos de nuestras instituciones que cumplan su rol.
No es el momento de cerrar las iglesias: ni la Catedral ni la más humilde parroquia de barrio. Es el momento de abrirlas y también los templos, las mezquitas y las sinagogas de todo Chile. Es el momento de recuperar Chile.