Tiempo de diálogo
Los consejeros constituyentes, elegidos democráticamente en un proceso en el que no existieron trampas ni reclamos, llegaron puntualmente a la inauguración de la instancia para la que fueron electos. En la calle había gente, poca, sin duda y si gritaban, precisamente por su irrelevancia no generaron alteración del orden público.
En el hemiciclo en el que se desarrolló la sesión inaugural, el llamado a ocupar los asientos fue respetado sin problemas ante una mesa en la que se encontraban los presidentes de la Cámara de Diputados y del Senado y el presidente de la Corte Suprema, las autoridades máximas de dos poderes del Estado. Y luego todos aplaudieron la entrada de la primera autoridad del país, el Presidente de la República, Gabriel Boric, para, a continuación, con respeto y muchos con verdadera devoción, entonar el himno nacional.
Siguiendo una tradición que tiene por padres al sentido común y a la inteligencia, se le pidió al más viejo -quizás el más sabio- entre los consejeros, que presidiera provisionalmente la reunión. Le correspondió al socialista Miguel Littin esa tarea y, en una asamblea en la que la derecha es mayoritaria, nadie discutió la decisión, nadie silbó, nadie dijo una pachotada. Littin no es un filósofo. Ni siquiera es un abogado. Es sólo un veterano cineasta. Un buen cineasta. ¡Lo suyo es hacer películas, y de las buenas! Pero no necesitó ser ni filósofo ni abogado para decir lo que el sentido común de los chilenos espera del Consejo que presidió por breves momentos. Les dijo a sus colegas: "escriban una Constitución clara, que yo entienda, transparente, que la ame, que la haga mía y la defienda, y que sirva de carta de navegación hacia el futuro... de lo contrario, lo digo con mucha modestia, la historia no perdonará a quienes se dejen llevar por pasiones, por revanchismos del pasado".
El Presidente Boric no fue menos: "que primen los acuerdos", les dijo, y les hizo ver que nuestra fortaleza como país se manifiesta "cuando somos capaces de poner el bien común sobre los intereses particulares".
"¿Es Chile?"
Los consejeros, que sin problemas ni aspavientos se distribuyeron de manera racional, ocupando el oficialismo el ala izquierda, republicanos la derecha y, en un adelanto de lo que tal vez habrá de ocurrir, Chile Vamos el centro, eligieron luego a sus autoridades.
En una votación directa, como es de lógica democrática, Republicanos y Chile Vamos, que para esta elección votaron unidos y fueron mayoría, eligieron a la presidenta, en tanto la izquierda, toda, que fue minoría, eligió al vicepresidente.
El vicepresidente electo, Aldo Valle, les recordó luego a sus colegas que "más importante es la paz que tener la razón" y la presidenta electa, Beatriz Hevia, representante de nuestra región y militante de quienes pueden tener la mayoría absoluta en el Consejo, al dirigirse a los consejeros, los invitó, sin embargo, "a trabajar sin quedarnos pegados en las divisiones del pasado, nuestro rol como consejeros es buscar acuerdos que perduren en el tiempo y superar la polarización actual".
Y remató deseando que "este proceso pueda ser un punto de encuentro para construir en conjunto el futuro del país".
Aquí debo detenerme en este recuento de situaciones que seguramente la mayoría de ustedes ya conoce, para preguntarme: ¿de qué país estamos hablando? ¿Es Chile? ¿Es el mismo país que no hace mucho exaltaba la imaginación de opinólogos que buscaban explicar las razones profundas de una crisis social que ellos estimaban irreversible? ¿Es el mismo país que eligió una Convención Constitucional en la que predominaban ideas extremas, disruptivas y refundacionales que se comportaban como si fueran una mayoría nacional? ¿Una Convención en la que, para ser elegidos, algunos candidatos no vacilaban en hacer monstruosas trampas, en disfrazarse como payasos, en insultar a las personas y a las instituciones?
La respuesta es sí. Es el mismo país y somos los mismos chilenos y chilenas. Es el mismo lugar, nuestro antiguo Congreso Nacional. Fueron los mismos electores y es el mismo Presidente quien solemnemente recibió el texto anterior en julio de 2022.
¿Qué ha ocurrido entonces? Desde luego la constatación de una experiencia que se ha repetido una y otra vez a lo largo de la historia: los procesos históricos, cuando son hijos de la violencia, duran muy poco. "Estallidos sociales" y "revoluciones" tienden a ser efímeras, incluso aquellas que como la soviética se pensaban "irreversibles". Y es que los pueblos, y esa es la experiencia que hemos constatado el miércoles pasado, aprenden de sus errores… y los corrigen.
Toda la responsabilidad de lo que queda por hacer, recae ahora en los consejeros. Luego de ver cómo iniciaron su andadura no queda más que ser optimista. A nosotros, los sureños, no nos cuesta ser optimistas.
Sabemos que es necesaria la oscuridad para saber que la luz existe y que no hay mal o tragedia de la que no podamos recuperarnos. Eso es lo que ahora le deseamos a nuestro país. Que el gran adversario a vencer no sea el que piensa distinto, sino que la apatía de los chilenos y chilenas. Lo que le deseamos a nuestro país es que este sea, efectivamente, el tiempo del diálogo.
"De lo contrario, la historia no perdonará a quienes se dejen llevar por pasiones, por revanchismos del pasado".