Gabriel Boric no es Mandela
Veo en la televisión imágenes del debut de la Selección Nacional de Rugby en el Mundial de la especialidad que se está jugando en Francia. Cientos, aparentemente miles de chilenos en el estadio, entonan nuestro himno nacional mientras que, en la cancha, abrazados, jóvenes chilenos vistiendo la camiseta roja que nos representa a todos, cantan a voz en cuello la canción de Chile. Inevitablemente alterno esa imagen con las que nos llegan de Santiago: el presidente Boric encabeza una marcha que se encamina en romería al Cementerio General; al pasar frente a la casa de los presidentes de Chile, desde esa misma marcha se desprenden encapuchados que tratan de apedrearla. Esos encapuchados se enfrentan con integrantes de la marcha que todavía encabeza o ya dejó de encabezar el Presidente, en particular combaten con jóvenes socialistas y comunistas. Ya en el cementerio, nuevamente se desprenden de la marcha encapuchados que vandalizan mausoleos y tumbas de instituciones y personas a las que odian, a las que siguen odiando aún después de muertas.
Me pregunto: ¿corresponden ambas imágenes a un mismo país? Desgraciadamente la respuesta es sí: ambas imágenes corresponden a un sólo país, al nuestro. Y la respuesta obliga a otra pregunta: ¿cómo es posible que nuestras divisiones, nuestra desunión, haya llegado tan lejos que no podamos identificarnos simultáneamente con esas imágenes, como si ellas pertenecieran a dos países, a dos mundos distintos? No puedo sino concluir que algo se ha hecho mal, muy mal. Quizás sea un fenómeno que se remonta a muchos años. Quizás tantos como medio siglo, pero es innegable que durante este año en el país se incrementó la división, que el aire pareció enrarecerse en torno de nosotros y que la crispación subió de tono. Y mucho de eso se origina en una decisión del Presidente de la República, del mismo que encabezaba una romería de la que se desprendieron individuos que atacaron su propia casa -la casa de los Presidentes de Chile- y a jóvenes que son sus propios seguidores. La decisión fue dedicar un año completo a recordar el episodio de nuestra historia que más directamente nos divide, el que más profundamente nos hiere. Vuelvo a la imagen de los jóvenes rugbistas chilenos que por primera vez en la historia de nuestro deporte compiten en un campeonato mundial, y no puedo dejar de recordar un episodio de otra historia, de la historia de Sudáfrica, y de otro campeonato mundial de rugby, uno que se jugó en ese país en 1995. El personaje de ese episodio es Nelson Mandela, primer presidente negro de Sudáfrica en ese momento, después de la más brutal división entre habitantes de un mismo país conocida por la historia moderna: el régimen de apartheid que la minoría blanca impuso sobre la mayoría negra desde la creación de Sudáfrica como Estado independiente.
Nelson Mandela, al que ese régimen mantuvo en prisión durante veinticinco años, entendió el valor de la unidad entre los sudafricanos. Entendió que la solidez, que el progreso, que el bienestar de su país y, por esa vía, la felicidad de sus habitantes, sólo podía lograrse si el país se unía. Si se identificaba como una sola nación y un solo pueblo por encima de las diferencias que los habían separado por años. Y para ello, además de su propio grandioso ejemplo que fue el de un hombre capaz de dejar en el pasado las torturas, encierros y humillaciones a que él mismo había sido sometido, utilizó el elemento unificador en que puede convertirse el deporte.
Y en ese campeonato mundial utilizó el rugby, que hasta ese momento era un deporte de blancos (el deporte de los negros era el fútbol), como instrumento de ese espíritu de unidad que logró imponer en su país. Para ello alentó a los jugadores de su selección nacional (con una sola excepción, todos blancos), con arengas y visitas personales a sus lugares de entrenamiento, creando un clima de fervor deportivo nacional que culminó el día de la final del campeonato, que jugaron Sudáfrica y Nueva Zelanda, concurriendo al estadio vistiendo la camiseta de su selección nacional. Ese día la selección nacional sudafricana, alentada por todos los sudafricanos, conquistó el título mundial. Todos esos sudafricanos se habían identificado, finalmente, con su selección y con el país que ella representaba.
No puedo sino lamentar que nuestro propio Presidente no fuera capaz de hacer algo parecido entre nosotros. Por el contrario, casi todos sus actos, consciente él de ello o no, terminaron por provocar o alentar la división e incluso la violencia entre sus connacionales, como ocurrió con la marcha que el mismo encabezó.
Sería injusto pretender comparar a Gabriel Boric con Nelson Mandela; se trata de personajes de estaturas tan dispares que, para la historia, es como si hubiesen habitado en universos paralelos. No sería justo, por ello, pedirle a nuestro Presidente la lucidez o el coraje moral que se necesita para hacer lo que Mandela llegó a hacer por su país. Pero sí podríamos haber esperado de él que no nos dividiera más, que no contribuyera a aumentar nuestros problemas. Sin embargo, está visto, eso es algo que ya no va a ocurrir.
Sólo nos queda esperar que el caos y la división que él nos impuso, se atenúen con el fin de este año de "conmemoración". Que, en un futuro, que sabemos no lejano, podamos todos, unidos, prestar atención y disfrutar de lo que significa que, por primera vez en la historia de nuestro deporte, una Selección Nacional de Rugby se haga presente en un campeonato mundial.