Capillas rurales: testimonios de la evangelización en Chiloé y Calbuco
La Misión Circular jesuita en Chiloé estableció una territorialización religiosa que tuvo como eje la creación de capillas, administradas por los fiscales. Este mismo término fue empleado para referirse a un territorio creado y normado, el cual fue correlativo a un pueblo de indios o comunidad. La capilla pasó a ser el centro religioso y social por excelencia de la comunidad, lugar donde se congregaba la población durante eventos religiosos y comunitarios. Emplazadas cerca al mar, su ubicación permitió una mejor reunión de los pobladores durante acontecimientos de carácter religioso.
Según el historiador Marco Antonio León se diseñó un proceso colonizador y evangelizador que necesitó mucho más que palabras y símbolos, en donde fue precisa la edificación de iglesias y capillas para mantener la cristianización de los indígenas y de los poblados existentes.
En los indígenas no existió la práctica de construir estructuras arquitectónicas sagradas destinadas a ser un lugar de culto, por lo cual la erección de las primeros recintos a instancias de los misioneros causó su admiración, instalándose en su territorio una estructura con una cruz en su cima, que dominó el paisaje.
Símbolos
Desde la perspectiva espiritual, estos primitivos templos religiosos se convirtieron en símbolos del catolicismo en las tierras colonizadas, una señal de victoria sobre lo pagano y a la vez una advertencia que esta sería la nueva religión impuesta por los conquistadores y que no compartiría su existencia con otras creencias.
Este punto de encuentro, que se convirtió en el lugar privilegiado de las actividades religiosas, tuvo su mayor congregación social durante la visita de la misión circular y la celebración de las festividades patronales locales, comuniones, matrimonios y entierros, donde asistía toda la comunidad, la que con posterioridad se retiraba a los dispersos parajes para continuar con un ritmo de vida marcado por el aislamiento entre las familias. Esta población dispersa, unida por la fe, tomó el nombre de sector.
Las pequeñas iglesias y los ranchos contiguos que servían de alojamiento a los misioneros, conocidos como casermitas y los embarcaderos, otorgaron el punto de unión de estos habitantes bajo el nombre de capillas o pueblos de indios, que para Rodolfo Urbina, correspondió a una realidad humana generalmente dispersa en un ámbito geográfico delimitado, cuyo centro era la pequeña iglesia. Desde esta la comunidad era organizada a instancias del misionero.
Conforme avanzaba y se afianzaba la misión todos los pueblos tenían erigida su capilla por los mismos lugareños con madera nativa de la zona. Eran levantadas cerca del mar para que cuando llegasen los misioneros arribasen fácilmente, considerando el medio de comunicación marítimo desarrollado en los canales interiores como principal vía.
Fueron el fruto de la minga, término que derivaría del mingaco mapuche, referencia a la realización de actividades mancomunadas y recíprocas entre familias de un sector, que consideraba desde tareas domésticas agrícolas, hasta fines comunitarios como la construcción de capillas y su reparación. La labor de los feligreses tenía relación con servicios tales, como de carpinteros o cortadores y labradores de la madera. Justo Donoso Vivanco, primer obispo de Ancud, menciona en 1851: "Todas las capillas se construyen a expensas de los vecinos del lugar, que recaban la licencia para la construcción y se distribuyen ellos mismos en proporción el trabajo y gastos que demanda el edificio hasta su conclusión, edificio que es siempre decente y de suficiente capacidad".
En un inicio la capilla tuvo la finalidad de ser punto de encuentro de la misión anual, visita que generalmente coincidía con la celebración de su santo patrono.
Eran construidas frente a una explanada o terreno llano que servía como escenario de las procesiones de imágenes y el saludo a estas mediante el batido de bandera realizado por los patrones de capilla. Junto al templo estaba casermita o casemita, lugar que acogía como residencia al sacerdote durante la misión.
Las capillas eran construidas utilizando similares técnicas y materiales que las viviendas domésticas. A estos hogares se denominaban ranchos, arquitectura que derivó de la ruca, cuyos techos eran de paja.
Más pequeñas
Las iglesias más pequeñas eran conocidas como "capillas pajizas", por utilizar dicho material en su techo. Las iglesias principales, tal es el caso de las cabeceras parroquiales, eran estructuras mas sofisticadas, construidas completamente de madera.
Además, estaban conformadas por estructuras compuestas de vigas, pilares y revestimiento, se usaba madera resistente a la humedad, como el ciprés, coigüe, mañío y alerce, este último utilizado principalmente en el tinglado exterior y techo.
Los durmientes de la obra reposaban sobre grandes rocas que se utilizaban como apoyos, las cuales eran extraídas en las playas aledañas. De la techumbre de paja originaria, posteriormente se utilizarían en el tinglado y el techo las tejuelas de alerce, adoptando patrones arquitectónicos de la cultura alemana, ya a mediados del siglo XIX, tal como sostuvo el arquitecto Gian Piero Cherubini (falleció en 2019).
En el tiempo presente existen en los campos e islas del archipiélago de Calbuco decenas de estos templos religiosos, en su mayoría construidos durante el siglo XX. Patrimonio material y fiel reflejo de la huella misional iniciada en el siglo XVII.