Destrucción patrimonial: un luto eterno para las comunidades afectadas
Filósofos e historiadores coinciden en que cuando se pierde un inmueble de estas características, como sucedió en Carelmapu con el siniestro que afectó a la iglesia, se pone fin a una parte de la historia del territorio, se genera un daño a la identidad del sector y los habitantes viven una especie de duelo producto de que ya no cuentan con un lugar que se había transformado en un símbolo de su comuna.
Una parte de la historia de una comuna y el legado de generaciones es lo que se pierde cada vez que se destruye un patrimonio, como ocurrió el pasado martes con el incendio que afectó a la parroquia Nuestra Señora de la Candelaria de Carelmapu, localidad perteneciente a Maullín.
Ese día, el siniestro no sólo convirtió en cenizas el templo religioso, cuya comunidad luchó por más de tres décadas por su restauración, sino que dejó a toda una población sin un símbolo que representaba un punto de encuentro para sus habitantes y también para los visitantes, sobre todo cada 2 de febrero con ocasión de la Fiesta de la Candelaria que se celebra en este lugar.
Lo sucedido en este punto de la provincia de Llanquihue no es una situación nueva en el sur del país. Ejemplos hay varios, como los incendios que terminaron con la Casa Binder de Puerto Montt, el pasado 2 de diciembre; o el que ocasionó la destrucción de la Iglesia San Francisco de Ancud, el 22 de enero de 2020.
Ello, sumado a inmuebles patrimoniales o de conservación histórica que son reconocidos por la población y que hoy presentan un avanzado estado de deterioro, como la Casa Ebel en la capital regional o la Casa Heisinger de Osorno, donde sus propietarios realizan gestiones para su demolición. ¿Pero qué efectos tiene para la comunidad cuando uno de estos inmuebles deja de existir?
El filósofo Juan Carlos Alvial responde que se pierde la identidad de un territorio, así como la historia de las personas.
Ejemplifica que si bien el templo de Carelmapu no estaba en las mejores condiciones producto de su deterioro, el incendio despertó el sentimiento de apego, de cariño y puso fin a la historia que vivió allí cada persona de dicho pueblo.
Por lo mismo, sostiene que es la comunidad la que pierde ante la ocurrencia de hechos de estas características, debido al arraigo e identificación que le generan estos espacios y que al no estar producen un vacío en la población, sobre todo si es que dejan de existir "de la noche a la mañana". En todo caso, pese a no estar, "siguen en el inconsciente de quienes añoran volver a tenerlo. Su presencia permanece", ya que viven en el recuerdo de los ciudadanos. "En el caso de una iglesia, la gente rememora que ahí se casó o se bautizó, por lo que le gustaría que sus hijos vivieran lo mismo, pero después no está (...) y ello produce que crezca un espíritu de recuperación, de levantar nuevamente lo que estuvo ahí", remarca.
Si visión es compartida por su colega Guillermo Tobar, doctor en Filosofía y académico de la Universidad San