El placebo de la descentralización
Probablemente pocas noticias hicieron más felices a quienes vivimos en las regiones de Chile, que la creación de los gobiernos regionales. Era casi un sueño hecho realidad: las chilenas y los chilenos, a lo largo y ancho de nuestro querido país, íbamos finalmente a decidir por nosotros mismos sobre aquellos temas que sólo a nosotros nos competían. Y lo haríamos eligiendo democráticamente a la persona, que, con el cargo de gobernador regional, se encargaría de organizar esas decisiones y conducir su materialización.
Algún tiempo después y cuando los gobernadores ya habían sido electos, el Presidente Gabriel Boric, en su primer discurso, afirmó que no aspiraba a otra cosa más que dejar la presidencia con menos poder del que tenía al asumirla.
No pudimos sino asociar los dos hechos: el Presidente Boric estaba dispuesto a traspasar, sino constitucionalmente, sí en la práctica, poder, el poder que radicaba en sus manos, a las regiones por intermedio de sus nuevos gobernadores recién electos. Más felicidad y el sueño parecía comenzar a materializarse en una realidad tan anhelada y tantas veces postergada.
Pero nos duró poco la felicidad. Los gobernadores que fueron electos democrática y entusiastamente en elecciones en las que, como en nuestra región, participaron miles de ciudadanas y ciudadanos, resultaron no tener las suficientes atribuciones para conducir la mayor parte de los asuntos públicos que competen a su región. Sólo alrededor del 15% de la inversión pública regional está bajo la tuición de los gobernadores y ningún secretario regional ministerial o jefes de servicios les responde a ellos, sino que a Santiago.
Así, y vistas las cosas con realismo, la decisión que se nos presentó como un importante paso adelante en la descentralización del país ha terminado por ser una especie de placebo que se nos administró a los habitantes de regiones que clamábamos por un proceso de descentralización real. Y lo que es más penoso: pasada la efervescencia de los primeros días y ya olvidadas las declaraciones dichas bajo los efectos del entusiasmo inicial, el gobierno del Presidente Boric se ha mostrado no sólo como un gobierno tan centralista como los anteriores, sino que más centralista que cualquiera de ellos.
Hoy, el gobierno central sigue manejando desde Santiago toda la actividad sectorial que realizan sus ministerios. ¿Qué hacen los delegados presidenciales, entonces? Poco, o por lo menos nada que signifique una presencia efectiva de las regiones en la decisión sobre sus propios problemas. Por eso son muy pocos los chilenos que los quieren.
Encuesta
Según la última encuesta mensual de opinión pública de Criteria, realizada entre el 28 de marzo y el 1 de abril, la aprobación de los delegados presidenciales se elevaba apenas a un 10%. Sabiendo lo que hacen, lo raro es que uno de cada diez ciudadanos apruebe la actividad de unos funcionarios prácticamente invisibles al ojo humano y cuyas actividades siguen siendo una incógnita para la mayoría de nosotros.
Ya sea porque al Presidente se le olvida designarlos, porque son manifiestamente incapaces, o simplemente porque nadie les hace caso, lo cierto es que los delegados presidenciales han sido, desde el momento en que comenzaron sus actividades en julio de 2021, unos personajes misteriosos y sin duda poco útiles en la estructura administrativa del Estado chileno.
Una demostración flagrante de ello se presenta en nuestra propia región que, prácticamente desde el inicio de la administración Boric, ha carecido de un director de Sernatur… y no ha pasado nada: la región se las ha arreglado perfectamente sin él. Y se trata de nuestra región, una para cuya economía el turismo es esencial. Y allí donde existe un seremi las cosas no son demasiado diferentes: el seremi de Economía ha visto pasar la discusión sobre la Ley Lafkenche como miran los espectadores del tenis pasar la pelota de un lado para otro, sin siquiera intervenir para festejar una jugada. No debe extrañar por ello que, a la pregunta de la encuesta de Criteria ¿cuánto aportan los delegados presidenciales al mejoramiento de la calidad de vida de los chilenos?, los encuestados hayan contestado en un 90% que consideran que aportan "poco o nada".
Conectividad
Sin duda existen excepciones, como el seremi de Transportes que es proactivo y se le ve por la región impulsando proyectos de conectividad o la posibilidad que contemos con un tren de cercanía. Pero alguien sabe lo que hace el seremi de Educación, y tantos otros que parecen estar en la clandestinidad, por su irrelevante presencia en la agenda pública.
Es posible que, ahora que se acercan elecciones regionales, nuevamente escuchemos hermosas ofertas de descentralización. Que de nuevo se nos ofrezca poder decidir sobre nuestros problemas por nosotros mismos.
Después de la experiencia tenida durante los primeros años de existencia de los gobiernos regionales y de los delegados presidenciales, no podemos creer en nada que no sean realidades tangibles.
Y la única realidad que haría tangible una efectiva descentralización es un traspaso efectivo de atribuciones a los gobernadores regionales. Ellos deben tener una capacidad real de coordinación de las actividades de los secretarios regionales ministeriales, una vez que el gobierno central haya decidido sobre la asignación de recursos que le corresponde a cada región.
Y para que ello ocurra deben limitarse, también de manera efectiva, las atribuciones de los delegados presidenciales que, de otro modo, serán siempre sólo la asombra vaga de una capacidad de control que, en los hechos, radica en Santiago.
Las atribuciones de los delegados presidenciales deberían limitarse al orden público, a la protección civil en casos de desastre y al cuidado de las fronteras. Esas son potestades relevantes e intrínsecas al poder central en un Estado unitario como es Chile.
Pero de ahí en adelante, existe un amplio campo de atribuciones que hoy se mantienen en la incertidumbre entre lo que debe atribuirse a las regiones y lo que debe permanecer en Santiago, que debe aclararse. Y debe aclararse en beneficio de las regiones y de una descentralización efectiva.
¡De no ser así seguiremos en este mal sueño al que parece quiere condenarnos un gobernante que no ha sido capaz de cumplir su promesa de retirarse de la presidencia con menos poder del que tenía cuando entró!
Para una democracia más plena, se requiere una real descentralización.