E l patrimonio cultural como fenómeno identitario ha evolucionado siguiendo tres grandes fases. La primera, se extiende desde el siglo XV, pero principalmente a partir del siglo XIX hasta mediados del XX. En el marco de construcción de los estados nacionales, el patrimonio fue entendido universalmente como todo lo necesario para lograr identidad. Subsecuentemente, las elites políticas e intelectuales impulsaron un "patrimonio" construyendo una identidad única, al amparo de la idea patria, héroes, batallas, administraciones políticas, líderes políticos, religiosos y militares. Fue un patrimonio centralizado por dirigido e impuesto. Las poblaciones no participaron y simplemente fueron conducidas o empujadas a la asimilación.
En una segunda fase, siempre dentro del énfasis "monocultural", durante buena parte del siglo XX el patrimonio transitó hacia una idea material, digamos, principalmente del "monumento", de la arquitectura y de elementos de valor artístico-histórico y cultural que debía ser protegido. Esta necesidad se consolidó dado el horror destructivo como resultado de las dos guerras mundiales. Un poco más tardíamente, la idea patrimonial se amplió a lo natural y también a lo paisajístico, seguramente cuando apareció la necesidad conservacionista, a partir de la segunda mitad del siglo XX y derivada también de evidencias de sobreexplotación o destrucción del medio natural.
La tercera fase iniciada en pleno siglo XXI, se caracteriza principalmente, porque la idea patrimonial se ha vuelto local. Y más allá de aspectos nacionales, "monumentarios" o paisajísticos, adquieren sentido prácticas y saberes que por ser transmitidos oralmente tienen riesgo de desaparecer. A nivel internacional, esta tendencia es apoyada por la Unesco que da indicaciones y recomendaciones que pueden ser suscritas libremente por los estados y gobiernos de turno. Por su parte, el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio de Chile, entre otros aspectos, surge para canalizar las iniciativas ciudadanas ofreciendo una gama de posibilidades de participación organizada.
En este contexto institucional, aunque muchos alcaldes del país no parecen convencidos, los municipios junto a la ciudadanía tienen la posibilidad de actuar decididamente poniendo en valor la historia, objetos, usos, costumbres, oficios y prácticas locales. El patrimonio, entonces, tiende a convertirse en algo más democrático.
En fin de cuentas, se trata de una forma de apropiación social. En el marco de una búsqueda de sentido, grupos y comunidades pueden construir y de hecho reconstruyen sus identidades. El patrimonio, entonces, no puede estar desvinculado del territorio y de la comunidad que lo habita, lo vive y lo siente.