Preservación del patrimonio
La jornada que se vivió el último fin de semana da cuenta del alto interés de la ciudadanía por la identidad del país.
En 1999 se acordó en Chile la celebración del Día del Patrimonio Cultural, con el fin de que en la última semana de mayo se desarrollen actividades en las que la ciudadanía conozca y disfrute su quehacer cultural, histórico y arquitectónico. Se dispuso que el Consejo de Monumentos Nacionales coordinara esta programación para que el público aprecie esa riqueza que se ha ido construyendo por generaciones y que muchas veces pasa inadvertida.
Durante las últimas dos décadas y media esta fecha ha sido celebrada con interés por las familias, y sobre todo por los niños, que tienen la oportunidad de recorrer en plenitud y gozar con la estética y lo que guardan edificios estatales, museos, bibliotecas y otras dependencias. Con el paso de los años, se fue agregando un significado más amplio, ya que era la oportunidad de reflexionar acerca de la necesidad de valorar y preservar el patrimonio del país.
Un buen ejemplo de esto se dio el domingo pasado en Puerto Montt, con la posibilidad de visitar la Corte de Apelaciones y presenciar un juicio simulado contra Voldemort, personaje de la saga literaria de Harry Potter. También se han hecho esfuerzos para incorporar de manera activa a la sociedad civil en esta conmemoración.
El año pasado, más del 45% de las actividades fue organizada por instituciones privadas y organizaciones sociales y comunitarias, mientras que un 55% estuvo a cargo de organismos del Estado. El Día de los Patrimonios se ha consolidado como una fiesta masiva que genera gran interés en la ciudadanía, que hace largas filas para ver las principales atracciones. Desde que fue instituida esta celebración, ha sido una instancia para la riqueza espiritual, considerando que parte del patrimonio nacional ha sido dañado por terremotos, incendios y otros desastres.
Es importante tomar conciencia de lo que representa el patrimonio cultural, histórico y arquitectónico, para comprometerse en su cuidado. La sociedad debe ser capaz de poner a buen resguardo lo que hicieron y construyeron las generaciones anteriores y que dejaron como un legado que le pertenece a todos. Pero no sólo hay que pensar en la declaración de algunas obras como monumentos nacionales, sino también es necesario resguardar las zonas típicas en las ciudades, que se constituyen en cartas de presentación para quienes van a visitarlas.