¿Sabe usted quién fue Bastián Arriagada?
Probablemente no lo sepa, porque muy pocas personas lo conocieron en su corta vida y quizás sólo algunas de ellas lo recuerdan hasta hoy. Bastián fue un joven chileno como muchos otros. Se ganaba la vida con el comercio callejero, actividad con que mantenía a su familia y mediante la cual buscaba ahorrar para terminar su enseñanza media. Pero vendía "discos piratas" en la plaza de San Bernardo y eso es un delito. Un delito muy menor, pero un delito al fin, y por ello fue apresado, juzgado y condenado.
Como se trataba de un delito menor, fue condenado a 61 días de cárcel, que al comenzar diciembre de 2010 cumplía en la cárcel de San Miguel. Por vender discos en la calle estaba encerrado en el módulo del piso 4 de la torre 5 de esa cárcel. La misma que durante la madrugada del día 8 de diciembre de ese año sufrió un incendio que acabó con la vida de 81 reclusos.
Entre ellos Bastián, quien tenía 22 años cuando murió.
"No hubo piedad"
El incendio dejó en evidencia muchas cosas. El hacinamiento, la falta de personal de Gendarmería, la ausencia de protocolos y medios que permitieran enfrentar contingencias de ese tipo (los sobrevivientes fueron evacuados del lugar del incendio casi una hora después de iniciado el fuego y sólo entonces éste pudo comenzar a ser controlado). Y también demostró lo dura, lo inclemente que puede llegar a ser la aplicación de la ley cuando se la aplica sin consideraciones de otro tipo que no sea la ley misma.
Con Bastián no hubo piedad ni clemencia. Probablemente tampoco hubo remordimientos entre quienes lo condenaron y entre quienes decidieron que cumpliera su condena hacinado con otros hombres mayores que él y más peligrosos para la sociedad que un joven vendedor callejero de discos. Seguramente quienes así procedieron estaban convencidos que era una desgracia, pero la ley es la ley, es igual para todos y debe cumplirse.
¿Alguien hoy, en nuestro país, podría decir lo mismo sin sentir que estaría mintiendo? ¿Alguien podría decir que la ley es igual para todos? ¿Decir que para todos se cumple por igual? Seguramente no. No después de lo ocurrido con Eduardo Macaya Zentilli.
Eduardo Macaya fue acusado de abusar sexualmente de menores. Fue juzgado y en su juicio tuvo todas las garantías que la ley ofrece a un acusado.
Los argumentos de su defensa fueron escuchados tanto como los de la acusación. Y finalmente fue hallado culpable y condenado a seis años de prisión efectiva. En razón de ello, a la espera que su condena esté firme y ejecutoriada, debió ingresar a un recinto penitenciario, la cárcel de Rancagua, pero a diferencia de Bastián Arriagada, a él, culpable de un delito mayor que es particularmente aborrecido por la sociedad, no se le encerró con delincuentes de alta peligrosidad ni se lo obligó a sufrir el hacinamiento característico de las cárceles chilenas.
No, él habría ingresado, según reportes de prensa, a una habitación individual en la enfermería de la cárcel, aparentemente habilitada especialmente para él, pues estaba en una sala destinada a mujeres. Y en cualquier caso no debió sufrir los rigores de la ley en esas condiciones por mucho tiempo, porque, a diferencia de Bastián Arriagada, que debió encontrarse con la muerte mientras cumplía inexorablemente su condena de 61 días de cárcel por vender discos" piratas" en la calle, Eduardo Macaya, condenado a seis años, fue enviado a su casa con arresto domiciliario, arraigo nacional y prohibición de acercarse y conversar con las víctimas y sus padres... mientras se resolvieran las apelaciones a las que recurrirá su defensa.
Da el caso que Eduardo Macaya Zentilli es padre de Javier Macaya, quien es senador y era presidente de uno de los principales partidos políticos de oposición en nuestro país. ¿Se puede presumir que ese trato privilegiado se debió a la posición de su hijo?
Desde luego es legítimo suponerlo, es más, probablemente sea lo primero que se venga a la cabeza de quien conozca lo que ocurrió con su padre.
"Amigo de amigos"
Sin embargo, yo creo que aún sin ese antecedente probablemente Macaya Zentilli habría recibido un trato parecido. Porque, hasta antes de su condena, él era un miembro prominente de su comunidad, eventualmente amigo o conocido de muchos de quienes han actuado en el proceso que la justicia debió operar en su contra o amigo de amigos de ellos, quizás socio en empresas u organizaciones civiles a las que ellos o gente como ellos también pertenecen. Tal vez coincidió con algunos de ellos o con amigos de amigos de ellos en algún centro de padres y apoderados o en algún club. Porque, en definitiva, a diferencia de Bastián Arriagada, Eduardo Macaya es alguien… y Bastián Arriagada no era nadie.
Y lo que ocurrió con Eduardo Macaya y le ocurrió hace algo más de una década a Bastián Arriagada, viene ocurriendo desde hace mucho en nuestro país. Probablemente desde siempre. No tiene que ver con el aumento del ingreso per cápita, ni con la reducción de los índices de pobreza. Tiene que ver con nosotros y con nuestra manera de ser como chilenos. Tiene que ver con el hecho que hay quienes, en nuestro país, debido al lugar en que nacieron, por su condición social de origen, por los colegios en que han estudiado, por el barrio en que viven, van a estar siempre en desventaja respecto de otros que sí nacieron en el "barrio correcto" y fueron al "colegio correcto." Y esa condición se expresa cotidianamente de muchas formas, se percibe en la prepotencia cotidiana, en el acceso casi imposible a algunos empleos y, por supuesto, en el diferente trato frente a la justicia.
Esa es la realidad que explica el malestar social, la inconformidad. Eso es, también, lo que puede llegar a explicar "estallidos sociales". Y eso es lo que tenemos que cambiar en nuestro país.
"Se equivocó"
Quiero ser optimista y pensar que algo ha comenzado a cambiar. Después de todo el trato especial brindado en la cárcel de Rancagua y la decisión de la Corte de Apelaciones de esa ciudad a Eduardo Macaya Zentilli, mereció el repudio unánime de todo el espectro político, incluidos los aliados más cercanos al partido que presidía su hijo. Y él mismo, su hijo, fue una víctima más de su padre: por expresar públicamente su adhesión a él y criticar algunos aspectos del proceso, debió renunciar a la presidencia de su partido. Me parece correcto que lo haya hecho y habla bien de él que lo hiciera. Habló de más y se equivocó en sus críticas, quizás llevado por su amor filial. Pero se equivocó y pagó por ello.
El trato preferencial recibido por Eduardo Macaya llegó a su fin la tarde de este viernes. Tal vez el malestar social fue escuchado -y el sentido común y de justicia- fue lo que orientó la decisión del Tribunal Oral en lo Penal de San Fernando, que, en una audiencia de revisión de medidas cautelares, decretó la prisión preventiva del condenado.
Medida judicial que espero sirva como un postrer homenaje a un Bastián Arriagada al que muy pocos recuerdan hoy.