Detrás del regreso del tren a Puerto Montt, que cada vez se acerca más al cumplimiento de la promesa presidencial, hay muchas emociones rondando en el ambiente, en particular de quienes alcanzaron, en las épocas pasadas, a viajar en un medio de transporte que fue vital en la incorporación al país de este territorio sur austral; y también de quienes sin haber vivido esta experiencia, han ido abrigando ciertas ideas de eficiencia de este sistema que, en todo caso, fueron sólo una ilusión en el breve retorno del año 2007. Esa emoción viene dada, además, por la imagen grabada del tren serpenteando por Pelluco para llegar a la estación que se encontraba donde hoy se emplaza el Mall Paseo Costanera, y de ser, hace varias décadas, un medio seguro y rápido de transporte frente a una Ruta 5 Sur que por entonces era muy distinta a la actual, con una sola vía y fuente de constante peligro.

Ese componente emocional fue palpable en el viaje de marcha blanca de la semana pasada, cuando el tren llegó a la estación de La Paloma luego de 18 años de ausencia. Por cierto que hay esperanzas tanto en la ciudadanía como en las autoridades que se han jugado su capital en este proyecto, pero es ineludible advertir que la emoción no bastará para que el tren, una vez iniciada su operación comercial en el mes de marzo, tenga garantizada su permanencia futura ni menos lo que tantos anhelan: su extensión a Osorno y más tarde a Santiago.

Aunque el tren sea iniciativa de una empresa estatal, o quizás por esa misma razón, lo que primará al final -cuando el sistema cumpla el período de funcionamiento en que tiene el financiamiento asegurado- será el análisis de rentabilidad. Y eso dependerá, en la órbita de la empresa ferroviaria, de la calidad del servicio, cumplimiento de los horarios y operatividad del sistema integrado; y de los propios usuarios, que muchas veces, al final del día (o al comienzo, más bien), tomarán la decisión de viajar en microbús o en tren, según su itinerario y capacidad económica.

Para que el tren se consolide como un sistema de transporte ágil y cumplidor, tendrá que operar como se espera de cualquier sistema de movilización. La emoción puede iluminar el arranque, pero para que el Estado justifique la inversión, sólo servirá el análisis racional. Lo otro sería aspirar a un tren turístico, que está lejos de lo que necesita la población de Llanquihue, Puerto Varas y Puerto Montt.

Se trata de una serie, otra más dentro de un universo en continua expansión de producciones donde la comida es la protagonista. Una donde se enfrentan cocineros, de nuevo, como tantas disgregadas como átomos entre el streaming de lo que llamamos televisión hoy. Pero "Guerra de Cucharas" (Netflix, 2024), creada en Corea del Sur para mayor abundancia, posee varias aristas dignas de destacar; cositas de las que cualquiera se puede nutrir observando con calma y tiza. Es sabrosamente distinta.

Spoiler: si quiere saber quién mira feo a quién, cómo se conspira en grupos para sacar a alguien del camino, o de cómo del compañerismo se pasa a una relación amorosa que le sirva de pauta a los portales de farándula, este no es el sitio. Tiene un poderoso sentido del espectáculo, claro, gracias a una grandiosa producción; cuenta con una serie de giros desafiantes para cada uno de sus 100 participantes iniciales, divididos en dos grupos: los cucharas negras y las blancas. De ahí su viene su nombre y bueno, el inicio del conflicto.

Los de tocas oscuras representan cocineros venidos de la calle, dueños de restaurantes, youtubers, cocineros jóvenes y empresarios gastronómicos exitosos sin pedigrí; los blancos, chefs de alta cocina con hasta 50 años de trayectoria, profesionales con estrellas Michelin bordadas en la chaqueta, antiguos cocineros de la Casa Blanca norteamericana (el guiño a la relación intrínseca entre esa Corea y ese Estados Unidos). Consagrados versus emergentes, guiados por un jurado reputado de impecables credenciales culinarias coreanas. ¿Habría masa crítica en Chile para llegar a tanto participante? La duda queda abierta.

Luego, la batalla y sus resultados hasta que sólo quede uno. Lo usual en este tipo de eventos, pero donde se mide en esencia la competencia técnica, por el puro afán de mostrar al público la emoción de la disputa leal, regada en abundancia por ideas culinarias, consejos, técnica aplicada a la tensión de la lucha descarnada muchas veces. Conclusión: sin sensacionalismo se pueden mostrar de buen sabor.

Un gusto por cierto local. Es cierto que hay disgregaciones culinarias que van desde Italia a México en el programa (que seguramente tendrá una nueva temporada) y aparecen ideas renovadoras al menos dos o tres veces por programa. Pero todas ligadas a la cocina coreana, a la sazón de ese país y sus circunstancias, validando conceptos culinarios medio enredosos para el desprevenido, pero atrapantes.

De eso se trata el show, uno que muestra su idiosincrasia ante todo, muestra de un fenomenal poder blando vinculado a la comida, tema donde en aquel país son expertos. Esa fuerza que por estos lados falta mucho por sazonar. Para que nos conozcan y nos conozcamos también.

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