¡Falta voluntad para erradicar la violencia de los estadios!
¿Somos los chilenos un pueblo violento? A quien se le pregunte probablemente contestará que no; que somos gente tranquila y, sobre todo, que respetamos las instituciones. Si le damos más tiempo para pensar quizás agregue a su respuesta la comparación: "somos mucho menos violentos que en otros países, vea usted lo que pasa en…" y aquí nos pondrá como ejemplo las noticias de casos de violencia en otros países que nos trae la prensa cotidiana.
Sin embargo, si nos damos más tiempo para reflexionar quizás debamos admitir que la violencia sí ha estado presente a todo lo largo de nuestra historia y en buena parte de los casos se ha tratado de una violencia social extrema. Todo el Siglo XIX, no obstante, la temprana consolidación de las instituciones básicas de la República, llevó a que fuera un siglo de hechos violentos: alzamientos y revueltas militares y civiles que se resolvieron en feroces combates y dos guerras que nos enfrentaron con nuestros vecinos.
La guerra civil de 1829-1830; la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana de 1836-39; el motín de Quillota y el asesinato de Diego Portales en 1837; las revoluciones de 1851 y 1859 en contra de Manuel Montt; la Guerra del Pacífico 1879-1884; y sobre todo la revolución y la guerra civil de 1891, tan cruente y tan llena de odio que sólo en dos batallas, Concón y Placilla, causó más pérdidas de vidas de chilenos que todas las que se perdieron en las dos guerras con otros países.
Menos violento
El Siglo XXI, menos violento que el anterior, no nos mantuvo exento de hechos de esa naturaleza. Y en un continente como América Latina, que durante ese siglo fue pródigo en golpes y dictaduras militares, el de 1973 en Chile fue el que más se destacó por la ferocidad y crueldad practicada por las Fuerzas Armadas al hacerlo contra sus propios connacionales.
Sé que es difícil calificarnos como un pueblo violento y yo reconozco mi incapacidad para hacerlo. Pero no puedo dejar de decir que la violencia no nos es ajena y que quizás desde siempre la hayamos aceptado con una naturalidad indebida.
Los hechos de violencia no nos afectan sólo a nosotros: el "bogotazo" fue una explosión de violencia que sacudió Bogotá luego del asesinato del líder político Jorge Eliécer Gaitán en 1948, con situaciones de violencia y vandalismo que dejaron un saldo en muertes que hasta ahora no se precisa pero que se estima en cientos. Fue un momento de extrema violencia, pero se prolongó sólo por algunos días. ¡Nuestro "estallido social" de 2019 fue igualmente violento, afectó prácticamente a todas las ciudades del país y se prolongó por meses! Terminó, en la práctica, por la fatiga o el aburrimiento de los vándalos o por la llegada del covid , porque la autoridad en realidad poco pudo hacer por detenerlos,
Esta reflexión sobre nuestro carácter violento me ha sido motivada por el más reciente (ojalá fuera el último) hecho de violencia extrema practicado hace algo más de una semana en las inmediaciones y dentro del Estadio Monumental de Santiago, con el resultado de dos personas jóvenes muertas. Y no es que en otros países no exista violencia asociada al deporte. Es que en nuestro caso la exageración raya en la insania. Chile es probablemente el único país del mundo en que los éxitos deportivos, esto es la felicidad de una victoria, se expresa… destruyendo. Las inmediaciones de la Plaza Baquedano y en particular su mobiliario público, han sido las víctimas preferentes de esas demostraciones de "felicidad."
Campeones del mundo
En 2022 Argentina fue campeón del mundo de fútbol por tercera vez. Lo festejaron el 18 de diciembre de ese año reuniéndose en torno al obelisco de Buenos Aires. Fueron millones de argentinos felices, celebrando con cantos, bailes y mucho ruido, como corresponde. Pero no hubo ni una sola vitrina quebrada ni un semáforo destruido ni un automóvil o bus quemado y la única víctima fue un aficionado que se cayó desde la altura a la que se había subido para gritar su alegría. En Chile, en cambio, en 1991 Colo Colo se constituyó en el primer club de fútbol chileno en ganar la Copa Libertadores y sus seguidores (o personas que dijeron serlo) salieron a las calles de Santiago y otras ciudades del país, y en esa celebración, hubo muchísima violencia. ¿Se imaginan lo que podría ocurrir si alguna vez ganáramos el campeonato del mundo?
Constatar nuestra proclividad a la violencia no es la solución a ésta. Por lo contrario, aceptarla con naturalidad es, probablemente, lo que esté explicando que después de cada acto violento en un estadio las responsabilidades se diluyan. O, como en el caso del partido entre Colo Colo y Fortaleza, se arreglen despidiendo a una o dos personas, cerrando un programa que ya nadie tomaba en cuenta y, como ya viene siendo tradición, encausando a un carabinero. Por supuesto una manera de echarle la culpa a nadie y no tomar medidas es hablar de la "infiltración" de las barras bravas por parte del crimen organizado: ahí la responsabilidad recae en otros, aunque no se sepa quién.
Evidencia
Si ya existe suficiente evidencia como para saber que el problema continuará y se tornará cada vez más grave, lo que corresponde es tomar medidas a la altura. Veamos qué se ha hecho en otras partes. El 29 mayo de 1985, en el estadio de Heysel en Bruselas, se enfrentaron Liverpool y Juventus en una final de la Copa Europa. Producto de incidentes provocados por los fanáticos del club inglés, perdieron la vida 39 aficionados, 36 de ellos italianos. La UEFA reaccionó aplicando una sanción sin precedentes: dejó fuera de las competencias europeas a todos los clubes ingleses por cinco años. A todos: no le tembló la mano al sancionar a los creadores del fútbol. Tiempo después, el 15 de abril de 1989, en Sheffield, una avalancha de personas que presionaban para entrar al estadio en que iban a jugar Nottingham y Liverpool dejó noventa y siete aficionados del Liverpool fallecidos. Margaret Thatcher, que entonces gobernaba Inglaterra, decidió una serie de medidas destinadas a erradicar la violencia para siempre y sobre todo la irracionalidad de las barras bravas (los hooligans). Entre esas medidas se contemplaban muchas que se han propuesto en Chile y nunca se han llevado a la práctica, como el empadronamiento de los aficionados y penas aflictivas rigurosas para quienes cometen delitos en estadios o en el contexto de actividades deportivas. Y resultó: hoy es posible ver a los aficionados ingleses siguiendo con la misma pasión a sus clubes, en estadios en los que no existen barreras de contención entre ellos y la cancha de juego, pero sin cometer delitos ni practicar la violencia que años atrás los hizo temibles y odiados en el mundo entero.
Creo que, como en la Inglaterra de la señora Tatcher, ha llegado la hora de que en Chile tomemos las medidas más rigurosas que nos sea posible imaginar. Nada justifica la actividad criminal de un puñado de individuos que han llegado a convertirse en los mandamases del fútbol, decidiendo la interrupción de partidos, extorsionando a clubes y jugadores y practicando una violencia que ya inunda barrios enteros de nuestras ciudades.
No sé si los chilenos somos proclives a la violencia. Lo que si se, es que los chilenos y chilenas exigimos y esperamos que para frenar la violencia irracional en los estadios, se apliquen leyes drásticas y mano dura, de una buena vez por todas.