Erupción y repoblamiento
A una década del repentino despertar del Calbuco, surge la legítima preocupación por la construcción en las zonas de riesgo.
Hace 10 años, un día como hoy, la región y el país seguían conmocionados por la súbita erupción del volcán Calbuco, que hasta esa fecha no había dado ninguna señal de su despertar a los equipos científicos que monitorean 43 de los 87 volcanes activos del país. Gracias al avance de la tecnología, que hace una década ya había masificado cabalmente los teléfonos celulares, y a la cercanía del Calbuco con zonas densamente pobladas de Puerto Montt y Puerto Varas, esta erupción fue registrada prolíficamente por los dispositivos electrónicos de las personas casi en tiempo real, generándose un material gráfico que como pocos atestiguará por siempre lo que ocurrió desde las 17:50 horas de ese 22 de abril de 2015.
La erupción demandó, en lo inmediato una veloz movilización de los organismos estatales para evacuar a más de 6.500 personas de las zonas circundantes, y luego, proceder a la reconstrucción de la infraestructura pública que resultó dañada sobre todo por los lahares. Además, la abundante recopilación de datos ha servido para investigaciones científicas y para mejorar los procesos de monitoreo de un volcán que aunque no estaba en el rango de los preocupantes, hoy se encuentra en el segundo lugar de los que requieren mayor atención, después del Villarrica.
Lamentablemente, a los aprendizajes de la evacuación, reconstrucción y monitoreo no le siguió otra igualmente fundamental para la zona: el no repoblar en sectores que hace apenas una década fueron arrasados por los lahares generados por el Calbuco, tal como lo advirtieron esta semana el alcalde de Puerto Varas y la jefatura de Sernageomin. La evidencia indica que el proceso de parcelaciones que se ha vivido en la zona desde los años de la pandemia obvió el peligro de habitar en zonas que son evidentemente de riesgo, poniendo en peligro la vida de estos nuevos habitantes y de los rescatistas en el caso que se produzca una nueva erupción.
Si algo debería ofrecer la región como enseñanza de las erupciones volcánicas, con el registro reciente del Calbuco y el Chaitén, es que la primera regla de prevención pasa por respetar aquellas zonas por donde históricamente se dejó sentir la fuerza de este fenómeno de la naturaleza. Si esto no ocurre, de poco servirán el monitoreo y la respuesta del Estado ante estas emergencias.